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El Telégrafo

El suicidio de los “twitteros”

15 de enero de 2012

Los “twitteros” me han dado pie a este artículo, sobre todo, esos de sangre fría que no tienen pelos en la lengua y son capaces de fulminar a cualquier ciudadano caído en desgracia. Usualmente, los blancos de las críticas son los políticos. El favorito es el Presidente de la República, quien, como personaje público, está expuesto a recibir los tiros salgan de donde salgan, y si es del Twitter, la compasión no existe. Rafael Correa no la necesita, él tiene sus propios mecanismos de ataque y defensa.

Los “twitteros”, ciertamente, tienen la capacidad de linchar a sus víctimas y si estas coquetean con línea gubernamental, la mofa, el insulto y la sátira se escriben con más gusto. Alfredo Vera y Nancy Bravo pueden dar fe de ello. Me gusta la sátira, se requiere de más de dos dedos de frente para utilizar ese género literario en 140 caracteres. La sátira se escribe con humor, pero no pretende en sí misma causar la risa de sus lectores, sino arremeter contra una realidad que reprocha quien la escribe. En cambio, el insulto y la mofa evidencian las limitaciones de críticos precarios que en sus intentos de fustigar no hacen otra cosa más que vejar (en este grupo también se encuentran algunos defensores de la revolución).

El linchamiento “twittero” se refugia en el poderoso y siempre abusado derecho de libertad de expresión. En sus mensajes defienden el derecho que tienen a expresarse, sin tomar en cuenta que en el decir cabe cualquier cosa. No tienen límites y ese es su problema. Grave error, porque desdibujan la sátira y se convierten en meros chapuceros, tan parecidos a varios personajes de sus críticas.

La genialidad de ciertos “twitteros” se pierde en la avalancha de mensajes: cansan, ofenden, destruyen. Su impacto no tiene el alcance de los medios de comunicación masiva, pero algunos medios promocionan los mensajes reforzando el culto al linchamiento; les hacen reverencia, cuando lo único cierto es que se aprovechan, pues en el Twitter se expresan “opiniones” que no las pueden escribir en sus páginas, sobre todo, porque carecen de ingenio.

Dirán que es preferible el abuso del derecho a la autocensura, que siempre será mejor decir que callar. Nada más fácil para proteger la arrogancia y la prepotencia y, en algunos casos, la estupidez que se muestra en textos racistas, machistas y homofóbicos. Olvidan que hay un límite y permiten que toda la genialidad de la sátira se vaya a la basura. Los genios se pierden en sus burlas y el poder se ríe de ellos.

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