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El Telégrafo

El silencio ruidoso de los intelectuales

26 de octubre de 2012

En los últimos días varios periodistas se han dado por exigir el “fin del silencio de los intelectuales”, se preguntan ¿por qué razón no se pronuncian, por qué guardan silencio? Es decir, por qué no hablan en contra del gobierno del presidente Correa.  Alfonso Reece, por ejemplo, novelista y vinculado a una de las grandes librerías del país, asegura que se vive un “totalitarismo cultural, que se quiere controlar todo; las universidades, las casas de la cultura…”.  Y es más, asegura que en un determinado momento algún novelista “se les escapará” y escribirá contra el régimen.

Habría que preguntarle si algún escritor (o artista) en el país habrá aceptado la insinuación siquiera para que en su obra hable a favor o en contra de alguien o algo. Seguro que no. Otra comentarista (de libros), hace poco, aseguraba que ahora se escribe para ser ministros.

Tamaño absurdo, como si los poetas y académicos de vieja data escribirían pensando en que vendría el gobierno del presidente Correa y les nombraría ministros. Por el contrario, qué bueno que un gobierno nombre a los artistas e intelectuales para altos cargos. ¿Será que añoran que los ministros sean los dueños de empresas y de grandes negocios?

La verdad es que a diario, desde el inicio del gobierno del presidente Correa, existen intelectuales que se han pronunciado abiertamente en su contra. En las páginas editoriales de diarios y revistas no hay día en que no se ataque al gobierno. Unos con críticas válidas e inteligentes, pero otros, la mayoría, con opiniones sin sustento y que, en algunos casos, caen en la calumnia. Y todas esas opiniones han sido respetadas. 

Se empieza, con una actitud intolerante, a tildar de “obsecuentes” a los intelectuales cercanos al gobierno. Como si esa no fuera una decisión voluntaria. Como si los intelectuales no tuvieran derecho y no fuera legítimo estar de acuerdo con un gobierno o con una causa. Dicen también que el gobierno quiere “cooptar la Casa de la Cultura”.

Como si no fuera necesario transformar esa Casa que se ha convertido en una vieja casona, inútil y mediocre. Es tarea ahora de sus nuevos directivos transformarla en una institución útil, dinámica, contemporánea, y convertirla también en espacio de reflexión y crítica. 

En verdad lo que se quiere y busca es que más intelectuales y artistas se pronuncien y hagan campaña en contra del gobierno del presidente Correa, y se amargan porque la mayoría no lo hace. Y se enojan porque los rectores de las universidades no se pronuncian en contra del gobierno.

Lo han hecho, pero la mayoría de rectores, incluso con los errores que pueda tener la nueva ley de universidades, se ha pronunciado a favor. Lo que sí es cierto es que cualquier adhesión de los intelectuales a un gobierno o a una causa debe ser siempre una adhesión crítica, muy crítica.

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