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El Telégrafo

El principio de Dilbert

26 de septiembre de 2013

Dilbert es el personaje principal de la tira cómica satírica del mismo nombre, creada por el caricaturista norteamericano Scott Adams, un graduado MBA de la Universidad de Berkeley que apareció en los periódicos desde 1989. La trama de este “cómic” se desarrolla en el contexto de lo cotidiano para millones  de empleados y oficinistas que tienen que enfrentar  políticas incoherentes, jefes incompetentes, compañeros de trabajo fastidiosos, largas reuniones sobre temas sin sentido, etc. Adams es también el autor del “Principio de Dilbert” que afirma que las compañías tienden a ascender sistemáticamente a sus empleados menos competentes a cargos directivos para limitar así la cantidad de daño que son capaces de provocar.

Adams critica diariamente las malas prácticas gerenciales y nos induce a pensar  que hay  en las empresas muy malos gerentes con un diploma de MBA obtenido de prestigiosas escuelas. Este tema lo desarrolló tiempo después Henry Mintzberg, autor de “Managers Not MBA” (Gerentes No MBA), quien nos explica por qué esto ocurre y qué es lo que debemos hacer al respecto. Su argumento central es que la administración que se enseña en los programas de MBA es un fracaso porque: a) se escoge a la gente equivocada, b) se la educa en la forma equivocada y finalmente c) producen los resultados equivocados. En otras palabras: el proceso de selección y el formato educacional de la mayor parte de los programas de MBA debilitan las buenas prácticas de administración. Yo soy un MBA y me siento aludido cuando Mintzberg considera que somos un grupo autoseleccionado de gente que queremos estar adelante en los negocios y nuestro programa de educación gerencial nos enseña a competir en lugar de cooperar. El resultado es que los graduados de MBA tenemos  un muy deprimente  récord de iniciar, expandir o mantener estables los negocios productivos. Y Mintzberg no nos  culpa  a los MBA, pues si bien nos enseñaron estrategia, contabilidad y análisis, nunca nos enseñaron administración. Los programas de MBA no enseñan el significado de buena administración o las habilidades que necesitamos para crecer y manejar equipos de personas. Peor aún, ni siquiera apuntan en la dirección correcta, de hecho la estructura de los programas de MBA premia a los estudiantes que quieren competir. Y luego de muchos años de ejercitarnos con los “casos de estudio” terminamos siendo “administradores” que tomamos decisiones apuradas basadas en insuficientes datos, precisamente porque somos MBA.

Por lo general, los graduados de MBA no somos el tipo de gente que nos dediquemos  a ayudar a otros a alcanzar su grandeza. Más bien parecería que queremos lograr grandeza para nosotros mismos. Si bien es una meta muy fructífera, es un terrible objetivo para un administrador de empresas. Los buenos administradores  se focalizan sin descanso en ayudar a su gente a que rinda lo mejor de ellos.

Sin embargo, no creo que mi diploma de MBA haya sido para mí un pasivo laboral. Aprendí una muy útil terminología, algunas habilidades analíticas y recibí entrenamiento en micro y macroeconomía, contabilidad, finanzas, así como legislación societaria y comercial que me  han sido de mucha ayuda en mi vida de más de 30 años como gerente profesional, empresario y profesor de administración de negocios. Pero tuve que desaprender a tomar decisiones impulsivas, a hacer juicios de valor y a dejar de lado un espíritu muy competitivo y egoísta. Ahora doy más importancia a las “habilidades blandas” que vienen del estudio formal psicológico, sociológico y filosófico, antes que a las “duras” que se basan en el frío análisis matemático y cuantitativo. Pienso que administrar es apasionante, lo cual fue casi una metamorfosis para un ingeniero  como yo, con MBA. Pero no quería verme reflejado en el personaje Dilbert, de Scott Adams, que es un técnico cargado de frustraciones.

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