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El Telégrafo

El planeta Niemeyer

14 de diciembre de 2012

Un latinoamericano universal, cuya estructura corpórea acaba de recibir la ofrenda de la tierra ha dejado  completamente viva para la humanidad su capacidad intelectual en los trazos de sus grandiosas creaciones artísticas que son y serán el goce de las actuales y futuras  generaciones en las siguientes centurias.

Óscar Niemeyer, con la opulencia de sus ideales artísticos y sociales y las manifestaciones urbanísticas  fundamentales, frutos de su genio, es seguramente uno de los más trascendentales hijos de nuestro continente en todo su devenir histórico.

Niemeyer, el padre del modernismo en arquitectura, fue un revolucionario en el más alto sentido del adjetivo, tanto en lo profesional como en lo político.

Graduado en 1934 en la Facultad de Bellas Artes de su ciudad natal, Río de Janeiro, y con un sustento ideológico del que jamás renegó, fue el gran constructor de verdaderos monumentos en América y en Europa, como por ejemplo la emblemática sede de las Naciones Unidas en Nueva York  programada y trabajada junto a otro grande, el edificador suizo Le Corbusier.

Sin embargo, la más célebre de sus obras, sin lugar a dudas es la mítica Brasilia, aquella que un cosmonauta soviético consideró como una urbe fuera de nuestro mundo, Óscar la construyó convencido de que las ciudades “no  son para vivir, sino para vivirlas” y es que la capital brasileña, edificada y sustentada con sus ideas, es un desafío a la ley de la gravedad, sus palacios, parques y catedrales, donde la sinuosidad de la curva se impone a la estética de la tenacidad  conceptual de la línea recta y las esferas invertidas y estrellas de concreto compiten con las del firmamento, es la gran expresión del talento humano y por tal considerada patrimonio cultural mundial.

Hace algunos años, en mi primera visita a París, como estudiante becado y turista  pobre de siempre, medía las calles de la “Ciudad Luz” a pie; una avenida, la Mathurin Moreau, conducía a la Plaza del Coronel Fabián, sitio de relevancia democrática, pues en 1936 fue el lugar de donde partieron las brigadas internacionales que lucharon y murieron por la causa de la república española y contra el fascismo. En mi fatigoso caminar apareció una edificación impresionante, con una curvatura mágica que se percibía como un abrazo gigantesco, rodeada de jardines que la primavera parisina teñía de un verde excepcional, una cúpula blanca emergía del suelo como una medusa mitológica completando el cuadro arquitectónico. Estupefacto y deslumbrado por la belleza del conjunto erigido, solo pude musitar: “Niemeyer, no puede ser otro”, y efectivamente estaba en lo cierto, era el edificio creado y dirigido por él en su exilio de 1966, la central del PCF.

Hoy, Óscar Niemeyer, ese joven de 104 años, ha emprendido una nueva empresa en lo ignoto... Y solo podemos acotar frente a este hecho doloroso lo que acertadamente dijo Dilma Rousseff, la ilustre presidenta del Brasil: “Lloramos su muerte y celebramos su vida”.

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