Tengo entendido que Jorge Ortiz hace periodismo por la libertad. Eso es lo que él dice. Se llena la boca de “democracias verdaderas” y derechos coartados. Su libertad de expresión se limita solo a quienes, al parecer, tienen una línea que se apegue a su exiguo concepto de verdad e idoneidad política.
Desde La República ha marcado una clara tendencia única de quiénes serán sus entrevistados, y qué se va a decir frente a las cámaras. Es decir, para alguien que se jacta de la libertad de expresión y respeto a la democracia, los derechos son privilegios de sus coidearios.
El 1 de mayo, por Radio Democracia, Jorge Ortiz -junto con César Ricaurte y Simón Espinosa- calificó de “pasquín” a El Telégrafo e hizo algunas alusiones a los antecedentes de nuestro director, Orlando Pérez. Todo con la vaguedad que caracteriza a Jorge Ortiz; vaguedad con la que también deshizo su vínculo con la embajada de EE.UU.
Bueno Sr. Ortiz, ya que usted es incapaz de ejercer su labor periodística e investigativa a cabalidad, yo le voy a hablar sobre el “pasquín” para el cual escribo, y sobre su director.
La semana anterior escribí un artículo sobre los cables de WikiLeaks, aquellos que la prensa independiente olvidó publicar, desvalorizando su efecto real y el hecho de que periodistas, como usted, sean considerados “informantes” por la embajada de EE.UU. Concluí haciendo un observación de los pasos que se estaban dando para efectivizar esa meta de convertirnos en un medio efectivamente público. Eso se llama autocrítica, Sr. Ortiz.
Orlando Pérez me envió un correo, en todo su legítimo derecho y con el más alto respeto, expresando su discrepancia hacia mi posición y la postura tomada desde la columna. Yo le envié mi contestación, reafirmando mi opinión y el rol que debemos cumplir desde El Telégrafo. Ni un solo punto fue editado de mi artículo, Sr. Ortiz (práctica poco común en este país). Mi reflexión final fue apreciar la apertura para debatir y disentir; cualidad que, dentro del mundo parcializado y limitado de los medios nacionales, nos hacía diferentes.
Entonces, no, Sr. Ortiz, no me avergüenza trabajar para El Telégrafo. Me avergonzaría trabajar para un medio donde la matriarca exhorta a los socialistas del siglo XXI a hacerlo en la casa. Me avergonzaría trabajar en un medio donde la pluralidad es un pecado. Me avergonzaría rendirle cuentas al capital, antes que a la sociedad. Dudo que usted pueda decir lo mismo.