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El Telégrafo

El odio que destruye la ética

29 de abril de 2013

Es muy natural que los humanos cumplamos la sentencia aristotélica que nos definió como “animales políticos”, pero en ese orden las dos palabras de este concepto y no al revés.

Y natural también que, si somos verdaderamente políticos, tengamos toda clase de pasiones, excepto las que se generan por el odio.

El odio acumula un proceso de autodestrucción cuando alguien se deja atrapar por ese malsano rencor.

La sicología califica al odio como una sensación intensa que provoca un deseo enceguecido de aniquilación a la persona o circunstancia que le provoca ese desarreglo mental que enloquece a la víctima de esa obsesión.

Y el atrapado por esa pasión inicia su desahogo con lo que es más fácil usar: el acoso con un lenguaje viperino, abuso, insultos, para luego pasar a las acciones de hecho, de auténtico sicariato verbal o físico.

Pero el odiador se perjudica a sí mismo, porque su autodestrucción comienza por aniquilar sus propios valores, su propia ética, su propia moral (y si es creyente o practicante religioso, esas adhesiones espirituales también se diluyen).

Algunos filósofos describen al odio como el antiamor y si esa  perversa perturbación se la siente contra quienes están rodeados de afecto, simpatía, cariño o propio amor, la obsesión se multiplica en relación directamente proporcional.

Cuando Correa salió victorioso del intento de golpe de Estado,  un asambleísta saturado de odio reaccionó furibundo, junto a 2 malandrines (que no pueden protegerse de inmunidad), presentó una denuncia contra el Presidente directamente a un juez, con una serie de calumnias y difamaciones, que van desde afirmar en forma maliciosa y temeraria que salió del hospital y volvió para organizar un ataque ordenando disparar contra civiles, cometiendo genocidio y delito de lesa humanidad.

¿Presentó  a la Asamblea su acusación  contra Correa, para ahora reclamar inmunidad?
Lo más lamentable de este episodio es el nivel de contagio de ese odio, acrecentado por el desconcertante triunfo de Correa que sepultó a la partidocracia.

Sin vergüenza alguna de perder la noción de ética, varios comentaristas de prensa, atrapados por el mismo odio, han asumido la defensa del calumniador.

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