Parece increíble que el personaje más famoso de todos los tiempos sea un humilde carpintero nacido en un pequeño pueblo del medio oriente, llamado Belén, hace más de dos mil años, cuando no existían los modernos sistemas de comunicación que hoy hacen fácil la promoción de artistas, deportistas y políticos, quienes -contrario a Jesús el Cristo- sólo persiguen fortuna, fama y poder terrenal.
Poco importa si la fecha que hoy celebramos coincide o no con los hechos históricos, lo valioso es seguir las enseñanzas de quien -sin ser artista- realizó las más maravillosas proezas; sin ser deportista congregó (y lo sigue haciendo hoy) a más seguidores que nadie, en plazas, estadios y teatros; sin ser doctor ni científico, transmitió enseñanzas que ningún otro ser humano ha podido hacerlo y, sin ser político, ha logrado convencer a más pueblos de todas las latitudes.
Evidentemente, no se trata de un simple carpintero, sino de un Ser Divino que vino y conmovió al mundo de su época y al de todos los tiempos, no sólo con su nacimiento milagroso, ni con su ministerio de sabiduría y amor, sino con su muerte y resurrección, y su promesa de regresar al final de los tiempos, para poner fin a esta era de maldad y perdición, lo cual esperan con fe sus seguidores.
Lastimosamente, muchos han confundido no sólo el significado de la Navidad, sino al personaje mismo de esta historia, pues dejando al Cristo redentor, han puesto su corazón en la imagen de un niño milagroso o en la de un carpintero sabio, desfigurando la doctrina original que nos enseña la venida al mundo de la máxima manifestación del amor de Dios, quien dio a su hijo único para que todo aquel que lo acepte, reciba la vida eterna.
Piense por un momento en lo siguiente: ¿Acudiría usted, ante un problema grave de salud, a un eminente médico cuando este aún es un niño o, si tiene un complicado problema legal, pediría la asesoría de un connotado jurista cuando está todavía en su infancia? Naturalmente esto no es posible, pero, de serlo, estoy seguro que preferiría al profesional experimentado; sin embargo, en asuntos religiosos tendemos a ser muy absurdos.
Ahora bien, ¿a quién sigue usted? ¿Al niño, al carpintero o al Salvador? Si es al niño, festeje la fecha como un nacimiento milagroso en un pesebre de Belén; si es al carpintero que se volvió sabio, recuerde su natalicio como el de un gran líder que dejó sabias enseñanzas; pero, si es al Salvador a quien usted sigue, viva la Navidad como el acontecimiento más importante de todos los tiempos, que permitió la encarnación del hijo de Dios para traernos salvación; usted decide.