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El Telégrafo

El niño Dios en el Vaticano

08 de noviembre de 2013

Hace unas semanas, la mayoría de las cadenas mundiales de TV y varios periódicos del mundo opulento  y de los países emergentes mostraron las imágenes y comentarios de un hecho peculiar; y para los fabricantes de noticias, insólito. En una jornada religiosa oficiada por Francisco, el  nuevo  Papa “buono” -que hoy intenta cambiar viejas estructuras de una Iglesia, a veces anquilosada en dogmas y boato ceremonial-, la presencia de un niño latinoamericano, con la inocencia reflejada en su rostro y  el purificador lenguaje de  la infancia, rompió el áspero espacio de la seguridad pontificia y logró acercarse al Obispo de Roma para abrazarlo y hablar con él.

Para muchos creyentes, la escena recuerda el pasaje del Nuevo Testamento, cuando Jesús, de 12 años de edad, después de haber concurrido con sus padres en Jerusalén a la fiesta de la Pascua judía, quedose en el templo  sin el conocimiento de sus progenitores José y María a  dialogar con los rabinos, los “doctores de la ley”, durante casi tres días, “oyéndoles y preguntándoles”.

El retorno a las raíces perennes del cristianismo, de aquella doctrina del amor por los semejantes y el reencuentro con los preceptos de la entelequia del reino de justicia y libertad, como rectora de la vida social, que ha generado en buena parte del catolicismo una esperanzadora expectativa de cambio, por las actuaciones del cardenal argentino Bergolio como nuevo pontífice, son posibles.

Estos hechos fundamentales, que ponen de relieve una voluntad de modificaciones sustanciales en la política vaticana, al interior de organismos  que no lograron forjar una unidad orgánica en lo formal  eclesiástico y en lo profano para encarar  la problemática de la segunda modernidad, y  no supieron o no pudieron enfrentar  a los vicios sustentados en la fuerza, la traición y el soborno del “capitalismo salvaje” con su inconsciencia fría y cínica de gran enemigo de la humanidad, son temas importantes invisibilizados por la prensa mercantilista, que tal vez pudieran ser tratados en el futuro Sínodo, más allá de la temática doctrinal y situaciones de gran relevancia ideológica.

El divorcio, el aborto, los matrimonios entre contrayentes del mismo sexo, el celibato, todos ellos de  agenda histórica, se debatirán ciertamente en el cónclave, y aunque las reformas que se logren serán lentamente implementadas, es evidente el clima renovador que se respira en la Santa Sede, que ha atravesado períodos deplorables de fanatismo destructor, de alianzas al vaivén de acontecimientos bélicos de reinos y de imperios  o de momentos de contextura y medrosa  actuación frente al nazifascismo, que en alguna medida minaron su credibilidad y apagaron algunas llamas del idealismo cristiano y propiciaron su división. Pero que ahora, con las actuaciones del papado, impresionan como posibilidades reales de transformación para superar factores adversos, que la dañaron. Como si el niño Dios hubiese visitado y decidido quedarse en el Vaticano.

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