El que exista oposición es saludable en todo proceso democrático que hace grandes esfuerzos por transformar viejas estructuras sociales de todo tipo. Se pensaría que tener una oposición de izquierda implicaría el poder dar cuenta de visiones diversas de la sociedad pero lo que ocurre en el Ecuador, con ciertas fuerzas autodenominadas de izquierda radical, raya en lo fantasioso y lo que es peor en discursos con gran contenido elitista, racista.
Basta un ejemplo el día que se aprobó en la Asamblea Nacional, la explotación del ITT; día en que se emitieron por parte de autodenominados voceros de esas izquierdas radicales, improperios y lamentos en el muro del Facebook.
Para ellos ese día estaba en juego dos opciones sociopolíticas, culturas, etc. Una, la de aquellos, según ellos, que se aprovechan de la “ignorancia del pueblo” y la otra, de aquellos que tienen “otra escala de valores” que representan casi una visión playera de pureza y descanso, y lo peor piensan que eso es el Yasuní.
Si así son los pensadores de la izquierda radical, tenemos claro, nuevamente, que poco se puede esperar de la misma; o quizás el que frente a su debilitamiento ideológico y político, no les queda más que continuar moralizando la política lo que los lleva a coincidir con las viejas élites hacendatarias, las cuales consideraban que el pueblo, per se, es ignorante, inculto, sucio e incapacitado para tomar sus propias decisiones.
Es una izquierda que tiene su centro político en el deber ser más que el ser real y objetivo; y lo más peligroso es que renuncian al ser por un futuro en el cual el presente pueblo no es aceptado como tal, sino que debe dejar de ser lo que es para que pueda convertirse en el sueño material de sus intelectuales.
Fantasía peligrosa donde aquellos pensadores “radicales” visualizan, se miran a sí mismos como la vanguardia llamada a transformar el mundo, a preparar las condiciones objetivas y las subjetivas para terminar con la injusticia; mezcla entre superhéroes animados y misticismo antropológico virtual, donde el muro de las redes se ha convertido en el muro de sus lamentos y de la poca innovación conceptual-ideológica.
Por eso reivindican que la política está en el ser y no en sus relaciones. De ahí, que consideren que su fortaleza radica en que “son” puros, intocados, sin pecado, cuando la política por fundamento es una constante disputa de lugares, “estar”, y así es humano el equivocarse, reconsiderar, reposicionarse y defender principios desde una realidad diversa y propia a la cual llamamos historia y memoria: una ética política.
La diferencia de la radicalidad política, no se centra en odios personales, en el chisme o rumor de pasillo, en el juego sucio de los dobles y triples discursos, sino en la honestidad de todo tipo y más aún en la intelectual; ya que no se puede hacer de una lista de autores diversos, poesía propia, argumento original ni acciones objetivas. Si algo debe caracterizar a la radicalidad es el renunciamiento por conciencia objetiva e histórica y no por capricho u odio.