En cualquier lugar del mundo un monumento se erige para perennizar la memoria de los héroes y de los personajes que son emblema de sabiduría y de amor a sus semejantes, dándose el caso de que siempre hay monumentos que sobran y monumentos que faltan.
En Quito, por ejemplo, hay un monumento que está por demás, erigido a la memoria del primer gobernante socialcristiano que desgració al país: Camilo Ponce Enríquez, autor de matanzas de campesinos, de estudiantes y de multitudes pobres (3 de junio de 1959 en Guayaquil); mientras el Municipio de esta ciudad está en deuda con ella y con la historia nacional al no haber erigido hasta hoy un monumento al valeroso general montubio Pedro J. Montero, asesinado en plena Gobernación del Guayas, a pocos metros del Sillón de Olmedo, donde se sienta como iracundo emperador el alcalde Jaime Nebot Saadi. Y conste que ahora mismo, a los 100 años de la “Hoguera Bárbara”, el puerto y el Ecuador todo han rendido multitudinarios homenajes a Montero junto con los Alfaro y demás mártires del imborrable genocidio, practicado por turbas movidas por conservadores garcianos, clero fanático, políticos ambiciosos, terratenientes de las Sierra y banqueros de Guayaquil.
Ahora está en airado debate la decisión alcaldicia de levantar un monumento gigante, de más de cinco metros, en honor del segundo gobernante socialcristiano que desgració al país: León Febres-Cordero, cuyas manos se mancharon de sangre con crímenes sin nombre, como fueron las ejecuciones de militantes del movimiento Alfaro Vive Carajo (AVC), del banquero Nahim Isaías, de los hermanos Restrepo, para mencionar los casos más notables y dejando para otra oportunidad los incontables asesinatos de chicas de Guayaquil y otras ciudades cometidas en pandilla, según asegurara el propio Febres-Cordero ante los medios del país, pero luego atribuidos a un viejo enclenque, rotoso y delictivo, llamado Camargo, en una burda novela policial.
La pretendida erección del monumento choca en dos frentes: uno, la violación de las leyes de Patrimonio, al planearse la ubicación del mismo a la entrada del histórico barrio Las Peñas, allí donde Guayaquil emplazara antiguamente sus cañones para defenderse de los piratas que la asediaban y saqueaban, como en tiempos recientes lo hicieran los banqueros protegidos y defendidos ardorosamente por el mentado líder socialcristiano, cuyo espíritu extremista lo expresaban muy bien sus esbirros con la consigna “¡García Moreno también vive, chucha!”, en oposición al lema de AVC.
El otro frente opuesto a la erección del mamotreto agrupa a jóvenes de diversa formación, como son los militantes de la Juventud Revolucionaria y los integrantes de Diabluma, descalificados como “grupillos” por el alcalde Nebot, en sendos comunicados de prensa escritos en el mejor estilo febrescorderista, con tono prepotente e imperial, propio de quienes todavía se creen los dueños del país (y que lamentablemente aún lo son, aunque disminuidos).
El final de este debate está por verse. De todas maneras, mientras la ultraderecha y sus ayudantes de la seudoizquierda se movilizan para levantar enormes monumentos de difuntos a falta de líderes vivientes, los jóvenes que sueñan con cambiar el país deben cifrar sus mayores empeños en forjar sus espíritus y sus mentes en el crisol puro y ardiente de la memoria alfarista.