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El Telégrafo

El médico que el Ecuador necesita

19 de mayo de 2013

Hace 40 años, la VIII Conferencia de Facultades de Medicina de América Latina, realizada en Quito, abordó el tema  “El médico que nuestros países necesitan”.   Con motivo de la XIX Conferencia Panamericana de Educación Médica, a realizarse en Quito el próximo mes de julio, el tema vuelve al tapete, justamente cuando los planteamientos políticos sobre las universidades plantean la definición del “médico que  Ecuador necesita”. 

Las universidades, públicas o privadas, aunque con visiones y misiones de contenido social, forman profesionales para el mercado laboral, es decir para las especialidades de mayor seguridad económica.   La formación se da en medio de una dicotomía entre las necesidades del Estado y el mercado, cuando podría ser una dualidad, pues los dos no son malos por sí mismo, sino que pueden complementarse; y si el Estado se halla al servicio de toda la población, este puede controlar al mercado, que sirve a quien más dinero tiene, y eventualmente pueden complementarse.   El único que puede controlar al mercado es el Estado.

Otra dicotomía es aquella entre la clínica biomédica del hospital y la Atención Primaria de la Salud (APS) en la comunidad.   Las especialidades, que deben existir, solo se explican en la medida que los médicos a cargo de la APS diagnostiquen los problemas y refieran a aquellos los problemas correspondientes.   Y esto para la curación de las enfermedades, pues para la prevención de las mismas y la promoción de la “salud” se requiere otro tipo de médicos y profesionales de diversas disciplinas.

No es, por lo tanto, un solo tipo de médico el que  Ecuador necesita. Para un sistema integral de salud es crucial el aporte de diversos profesionales y especialistas.   Igual sucede con el mercado privado.   Se trata de que todos ellos respondan a las necesidades de la población, no solo a aquellas de quienes puedan pagar los servicios privados.

El debate abre una serie de interrogantes para las instituciones de planificación, para el Consejo Nacional de Educación Superior, para las universidades.   No parece tratarse solamente de “saber” los contenidos de acuerdo a patrones internacionales sobre la enfermedad, sino de “comprender” de manera soberana nuestras propias necesidades de salud, y atender, por una parte, los progresos científicos del mundo, y, por otra, los planteamientos propios de un Buen Vivir solidario, complementario y de correspondencia de las partes con el todo, más allá del estudio exclusivamente analítico.

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