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El Telégrafo
Nancy Bravo de Ramsey

El más importante revolucionario

09 de junio de 2015

Día a día, los vecinos de Montecristi veían pasar raudo, a galope tendido, al joven José Eloy Alfaro Delgado. Cumplía con su salida matinal, recién iniciada el alba, para adentrarse en la montaña y reunirse con sus amigos y compañeros de agrupación política, apenas empezando su organización. Pocos meses después, un día posterior a su cumpleaños 22, Eloy Alfaro comandaba un pequeño grupo de mal armados revolucionarios que no llegaban a 20 y sorprendían el paso del gobernador de Manabí y su escolta, en el cerro Colorado.

Por aquellos días, el mundo no se reponía aún de las conquistas de la Revolución Francesa y dentro de  cada nación se analizaba la posibilidad de adherirse a sus valiosos postulados. Ecuador no era la excepción y mientras el partido conservador veía palidecer su largo reinado, las filas del partido liberal, con Eloy Alfaro a la cabeza, avanzaban acrecentando el número de sus miembros. Así las cosas, cuando el pueblo guayaquileño rechazó la venta de la bandera, pues la consideró un acto de traición a la patria, firmó el 5 de junio de 1895 el manifiesto que  desconocía el gobierno de Luis Cordero y proclamaba al general Eloy Alfaro Delgado Jefe Supremo de la República y Comandante General del Ejército Ecuatoriano.

Durante la azarosa existencia que llevó en sus décadas de revolucionario, su enorme sensibilidad encontró las oportunidades para comprender los graves problemas que rodeaban al pueblo, que estuvo siempre a su lado en sus innumerables luchas armadas, apoyado por los sectores más humildes y necesitados de la nación. Y esa misma sensibilidad hizo de Eloy Alfaro un extraordinario estadista y administrador de la nación. Ningún detalle escapó al ‘General de las 100 Batallas’, en su afán de atender las necesidades del pueblo durante sus dos administraciones presidenciales. En consecuencia, el legado que dejó para beneficio de las mayorías nacionales, es numeroso y trascendente.

Tan solo enunciaremos unas cuantas conquistas políticas, económicas, sociales y culturales: la educación laica, obligatoria y gratuita, el acceso de la mujer a la administración pública, la creación del Registro Civil, el matrimonio civil, el divorcio, el voto de la mujer,  la libertad de cultos, la separación de la Iglesia y el Estado y, en consecuencia, la devolución al Estado de los ‘bienes de manos muertas’, el fin del concertaje. Y preocupado por la unidad de los pueblos de Ecuador, dedicó buena parte de su tiempo a la construcción del ferrocarril que une la Costa con la Sierra.

No ha habido en la historia ecuatoriana un personaje de tanta trascendencia como Eloy Alfaro, ni una gesta tan prolongada y valiosa como la protagonizada a lo largo y ancho del país por el ilustre manabita, cuya presencia en la vida de la nación marcó grandes diferencias que nos permiten disfrutar de una realidad que se aproxima a la justicia social, la misma que -sabemos- podremos lograr en este Gobierno. (O)

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