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El Telégrafo

El maestro ignorante

27 de enero de 2014

Título de uno de los libros más significativos en la obra de Ranciere. Significativo porque pone en debate los centros que debería tener una política igualitaria que supere las visiones burguesas de la igualdad. Y qué mejor escenario que desentrañar la dialéctica de la educación y sus vericuetos entre emancipación y conservadurismo.

Reflexión sesuda que bien puede nutrir a las contradicciones históricas de cierta izquierda ecuatoriana y latinoamericana; autoposicionada como ortodoxa pero bifurcada entre en el bienestar material personal alcanzado por sobre el promedio de vida y sus anhelos fantasiosos de igualdad para los otros, pero que no implica equidad, es decir, la proclama de una igualdad, pero en diferencia entre trabajo material e intelectual.

Y bien se refleja en el modelo tradicional de ‘pensar’ el pensar como herramienta para la revolución que algún día llegará por un sujeto social sin rostro y anónimo. Mientras tanto, la educación es vista bajo el ropaje de la pureza teórica, como el vehículo del adoctrinamiento ideológico con nula criticidad política. Por un lado, se hacen discursos, narrativas de las clases y sus luchas, de los fundamentos materiales y materialistas: infraestructura y superestructura, capital, acumulación, etc., pero por otro lado, en el quehacer educativo, en sus métodos y pedagogías se mitigan esas contradicciones que paladinamente se denuncia en un horario de clase. Eso que aparece como contradicción no lo es.

Es la lógica más básica del viejo liberalismo que, llevado en su credo, a fines del siglo XX ha emergido como un poderoso neoconservadurismo que busca a rajatabla moralizar la política, quitándole su carácter ético, es decir, preñar de sus complejos y arribismos de clase tanto a la teoría como a la acción política. El resultado, bien sabemos, no es producir acción crítica política, sino enseñar criticidad entre cuatro paredes, anteponiendo un mundo personal de opiniones, taras o creencias a análisis sesudos, fundamentados en la investigación empírica.

La relación entre saber y poder es reducida a esa condena de la explicación; la cual termina siendo un arma de dominación e imposición ideológica; de ahí que la reflexión crítica pueda pasar por el envanecimiento de autores, los cuales injustamente quedan maltrechos por el ejercicio bucal de los autoaclamados radicales. La consecuencia es la provocación causal de pensamientos idealistas que caen en un juego de imágenes sobre un deber ser moral; de luchar entre el bien y el mal; donde, obviamente, aquel maestro es la fiel imagen del bien supremo, puro, casto y sin pecado concebido.

El resultado es el aniquilamiento y purga de toda forma de  emancipación del pensamiento. Con mayor sorpresa encontramos que es ese mismo ejecutante el que alegremente se autosatisface del hablar del ‘otro’ en todas sus formas, mientras disfruta de las criticadas mercancías fetichistas que el capitalismo salvaje le ha brindado, gracias a un sueldo asegurado con todos los beneficios de ley.

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