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El Telégrafo

El laberinto del General

14 de junio de 2012

El generalato de Eloy Alfaro ha terminado por convertirse en un laberinto de palabras. El general Paco Moncayo, líder opositor, ha dicho que Alfaro sí fue General del Ejército ecuatoriano antes de ser designado como tal por la Asamblea Nacional de Nicaragua, el 12 de enero de 1895. Y ha agregado que su primer ascenso a ese grado ocurrió  el 2 de febrero de 1883, cuando se le nombró General de Brigada, y el segundo en agosto de 1895, cuando el Consejo de Ministros lo ascendió a General de División.

Vistas las cosas con tal candor, el general Moncayo parece tener toda la razón. Pero un análisis histórico muestra que esos supuestos “ascensos” fueron jugarretas políticas hechas en contra del “Viejo Luchador”, de las que este buscó distanciarse oportunamente, para no hacerles el juego a enemigos y traidores.

Los generales de entonces provenían de las guerras civiles y tenían grados “gritados” por su tropa y confirmados luego por la autoridad. E incluso los más profesionales, como José María Sarasti o Ulpiano Páez, habían entrado y salido varias veces del servicio, al vaivén de las luchas políticas. En general, la tropa consagraba coroneles, que a veces eran ascendidos luego a generales de brigada, por el Congreso o una Asamblea Constituyente.

Empero, el caso de Alfaro fue muy curioso. Durante la Guerra de Restauración, él había actuado como Jefe Supremo de Manabí y Esmeraldas, y luego había sido jefe del ejército radical que venció a Veintemilla. Entonces, sus tropas lo proclamaron General y los liberales radicales esperaban su elección como Presidente de la República por la Asamblea Constituyente de 1883.

Pero eso no ocurrió, porque los conservadores, “progresistas” y “liberales de orden” se aunaron para marginar a Alfaro y elegir como presidente al jefe del “Gran Cacao”, Plácido Caamaño. Luego, en busca de taparle la boca a don Eloy y sosegar su espíritu insurgente, lo nombraron General de Brigada. Pero él se negó a aceptar la proclamación de General hecha por sus tropas y el nombramiento de la Asamblea. Y se marchó a Panamá, a seguir en la brega por sus ideales, mientras sus rivales, viendo fracasar su plan, lo borraban del escalafón militar.

En 1894 fue llamado a Nicaragua, para asesorar al gobierno en el conflicto con Honduras y su asesoría fue tan útil que la Asamblea Nacional de ese país lo designó General de División, en 1895. Poco después era llamado por el pueblo ecuatoriano para ocupar la Jefatura Suprema, pero al llegar halló que la oligarquía porteña ya le había impuesto un gabinete de conveniencia.

Uno de los tres ministros, el general Vernaza, lo traicionó pocos días después y entró en tratos con el enemigo antes de la Batalla de Gatazo. Alfaro lo destituyó, enjuició y estuvo a punto de fusilarlo. Entonces los otros ministros (Luis Felipe Carbo, primo de Vernaza, y Lizardo García) se inventaron lo del “ascenso a General de División”, para apaciguarlo, ocultar la traición y salvar a Vernaza. Don Eloy, que presentía alguna turbiedad en el asunto, les envió un telegrama pidiéndoles no tramitar tal ascenso. Poco después, una vez descubierto el alcance de la trama, pidió la renuncia de Carbo y solo mantuvo a García, que lo traicionó en 1905.

Esos son, pues, los famosos “ascensos” otorgados a Alfaro, de que habla Paco Moncayo. Y por lo mismo hay que destacar la limpia intención que tuvo el generalato que le otorgó Nicaragua y el digno ascenso post mórtem a General de Ejército que le ha otorgado el presidente Rafael Correa.

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