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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

El jardín de colibríes

13 de febrero de 2021

En días pasados se inauguró el Jardín de Colibríes Fernando Ortiz Crespo, un esfuerzo de la organización Aves y Conservación para honrar la memoria del biólogo quiteño que investigó –como ningún otro– el comportamiento de los minúsculos y maravillosos quindes. El jardín es un homenaje al maestro que impulsó la educación científica, la conservación y el conocimiento sobre la naturaleza en el Ecuador.

El Jardín de Colibríes es un rincón en el que se han plantado especies nativas que se cultivan en el vivero de la fundación ya mencionada en Alambi, cerca de Nono. Una variedad de arbustos como laretes, acacias, arupos, guantucsillos, pucuneros y yalomanes han sido plantados en este bello jardín que forma parte del proyecto Wayku de recuperación de la quebrada de El Tejar.

El proyecto Wayku –que significa quebrada en quichua– es una iniciativa que ganó los Fondos Concursables del Fondo Ambiental del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito y pudo desarrollarse gracias al cofinanciamiento y la intervención de una multiplicidad de actores, entre los que destacan otras entidades del gobierno local, el Ministerio de Educación, los Cabildos de El Tejar y Toctiuco con la participación activa de sus dirigentes y moradores.

Debido a la afectación que han sufrido las quebradas del Pichincha, por el crecimiento desmedido de la ciudad a cuyos pies está, era necesario rescatar la quebrada de El Tejar. Se había vuelto un lugar en donde se acumulaban desechos y escombros, un sitio insalubre e inseguro. El proyecto se dedicó, durante la pandemia, a recuperar el lugar con la participación de los vecinos, con mingas que desalojaron trece toneladas de basura. Mediante historias fantásticas se enseñó a los niños sobre los monstruos de la contaminación del plástico, del vidrio, de la basura electrónica que se estaban apoderando del lugar. Para ello se concientizó, a través de plataformas digitales, a niños y profesores del centro histórico de Quito sobre la necesidad de conservar la quebrada, y se los involucró en la observación in situ de aves y la siembra simbólica de plantas.

Las quebradas de Quito han sido espacios que son producto de la formación geológica de la ciudad ligadas desde tiempos ancestrales a la vida diaria de sus habitantes. Ellas han sido los cauces por los cuales han fluido las aguas de las vertientes del gran macizo volcánico. Los quiteños las han considerado lugares llenos de energía en los que se podía encontrar curación con plantas medicinales; refugio de silencio fuera del bullicio urbano; esparcimiento con baños instalados desde antes de los incas, utilidad con las lavanderías e inclusive lugar para ceremonias y ritos.

A partir de la conquista española, las quebradas fueron rellenadas, embauladas y canalizadas para dotar de agua y espacios más planos a la ciudad. Las tres principales fueron Ullaguanayacu o Chorrera, Huanacauri o San Juan y Pillishuaycu con sus dos afluentes, la de El Placer y de El Tejar. Se crearon una infinidad de puentes para cruzarlas. Cuenta la historia que para llegar a la capilla que construyó un monje santo en El Tejar, los feligreses que vivían al otro lado de la quebrada se colgaban de una soga para atravesarla, lo que obligó a las autoridades religiosas a construir un camino y un puente de madera.

Actualmente, las quebradas de Quito son usadas como basureros o lugar de escondite de gente de la calle, delincuentes y drogadictos. Por ello, el trabajo de Aves y Conservación fue titánico. Era necesario cambiar la concepción que la gente tenía sobre el lugar. Era imprescindible que los vecinos aprendieran a cuidarlo y lo asumieran como propio. En la zona alta de la quebrada, en el barrio Balcón Quiteño, se construyeron caminerías de acceso para que las personas pudieran gozar de un área verde. En la zona baja, se limpió el lugar con la ayuda de un grupo de jóvenes voluntarios del barrio de El Tejar y de la Ciudadela Amazonas.

A lo largo de la quebrada ahora existen setecientas plantas de especies nativas dedicadas a los polinizadores: colibríes, abejas, mariposas y murciélagos. Con esta acción se provee de refugio a estas especies para que puedan reproducirse. Las plantas provienen del vivero de Aves y Conservación que está manejado por mujeres.

Cambiar la historia de la quebrada era uno de los lemas del proyecto. Volverla de nuevo un bosque nativo mantenido por una comunidad empoderada. Para ello se hicieron sendos talleres de fotografía, de observación de aves, de propagación de plantas y de concientización de las ventajas que provee un lugar biodiverso. La idea era vivir en un ecosistema que purificara el aire, mantuviera las fuentes hídricas, produjera carbono y conservara del suelo. En el transcurso del proyecto los investigadores identificaron 83 especies de plantas, 35 especies de aves y una especie de anfibios: la ranita cutín de Quito.

El Jardín de Colibríes y la quebrada de El Tejar seguirán siendo mantenidos por un comité en el que participan vecinos y escuelas de la zona. La Administración Centro del Municipio se ha comprometido a velar por este hermoso parque. La prestigiosa organización no gubernamental Aves y Conservación seguirá acompañando su permanencia y buscando financiamientos. Con seguridad lo lograrán porque, este lugar se convertirá en un atractivo turístico más del centro histórico de Quito.

En medio del momento que vivimos, plagado de incertidumbres, nos sentimos hondamente esperanzados por esta obra en favor de la ciudad. Agradecemos que existan mujeres como Tatiana Santander, coordinadora del proyecto, y Nancy Rodríguez, la educomunicadora, quienes han dejado su piel en lograrlo. Llenemos nuestros ojos con la belleza de la ciudad en que vivimos y encontremos en ella –como lo hicieron nuestros antepasados– lugares de contemplación y esparcimiento. Trabajemos para recobrar la fuerza indómita de la naturaleza.

 

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