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El Telégrafo

El inolvidable siglo XIX (I)

22 de octubre de 2012

La modernidad alcanza su apogeo en el siglo XX, más completo y complejo que cualquier anterior, pues en él se crean el teléfono, la radio, el cine, la vacuna, el automóvil, la base teórica para la televisión; el colonialismo entra en auge cuando las potencias europeas se reparten el mundo de acuerdo a sus apetencias imperiales; aparece la producción en serie que abre horizontes para el capitalismo y le da a la burguesía la falsa sensación de dominio absoluto; se hacen importantes descubrimientos en los campos de la física, la filosofía, la matemática, la geología, la química, la biología, el arte; además, se da una rebelión generalizada en contra de los sistemas tradicionales, tanto en lo político como en el pensamiento económico, científico y cultural existentes hasta entonces. 

Un ejemplo de ello es la teoría de la evolución de las especies, de Darwin, que sostiene que las diferentes formas de vida se desarrollaron gradualmente a partir de un antepasado común y que lo que sustenta este cambio continuo y perpetuo es la lucha por la existencia, en la que sobreviven únicamente los organismos que mejor se adaptan a las modificaciones del medio ambiente, argumento que entra en contradicción con la tesis bíblica aceptada hasta ese entonces por casi todo el mundo pensante.

La máquina es introducida al campo y donde antes se cultivaba a mano se comienza a mecanizar la agricultura, también mediante el abono industrial y la irrigación artificial se inicia la explotación agrícola de regiones antes infértiles; la naturaleza pierde autonomía y el hombre es modelado de acuerdo a los intereses del capitalismo. 

Mientras que antes la tradición apresaba al pensamiento, de contenido dogmático, y la  potestad de la Iglesia contribuía a arraigar las costumbres ancestrales del habitante del campo, ahora el desarrollo industrial arrasa con los residuos de esta sedentaria existencia y obliga al campesino a trasladarse a la ciudad y volverse proletario. 

El capitalismo, imbuido de la falsa sensación de ser invencible, no puede percatarse de la vecindad de una revolución social radical, que hará cambiar el futuro de la humanidad abruptamente.

La igualdad ante la ley se encontraba entonces, y ahora, en profunda contradicción con el trabajo colectivo, en su esencia sin equidad, puesto que mientras los dueños de los consorcios industriales se apropian de todo lo producido, las masas trabajadoras, creadoras de esas riquezas, son marginadas del consumo de los bienes que producen.

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