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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

El inexorable declive del Calcio italiano

06 de mayo de 2014

@mazzuele

Que el Calcio italiano pasase por una temporada no particularmente brillante era cosa notoria. Indiscutiblemente hay una dimensión netamente técnica, inherente a la estética del fútbol jugado. El nivel de la serie A en este sentido ha bajado progresivamente en los últimos años: las grandes estrellas del fútbol mundial prefieren cada vez más los campeonatos de Inglaterra y España, donde los presidentes de los clubes están dispuestos a ficharlos por cifras exorbitantes, de momento fuera del alcance de las sociedades italianas. La semana pasada, la derrota en la Europa League de la Juventus, vencida merecidamente por el Benfica, ha marcado otro año sin triunfos europeos para los conjuntos italianos, mientras el último se remonta apenas a 4 años atrás cuando el Inter de Mourinho se impuso en la Champions.

Pero la caída del Calcio no es solamente relativa a lo técnico. Existe otro tipo de declive que acompaña al Calcio italiano: un declive moral, ético, cuya gravedad es dada por la violencia inaudita e intolerable a la cual sus hinchas han acostumbrado desde hace tiempo y por la impotencia demostrada por un Estado que no logra desarticular los circuitos más perversos de la afición futbolera organizada. Este sábado, Roma tenía que ser el teatro de un espectáculo deportivo, la final de la Copa Italia entre Napoli y Fiorentina, la única copa de la cual, algunos ironizaron, podía salir un ganador italiano. Se equivocaron, pues la capital italiana se volvió en un escenario de violencia, demostrando que había un único perdedor, el sistema de fútbol que Italia ha ido engendrando en las últimas décadas.

Lo acontecido es sorprendente. Los choques afuera del estadio no se produjeron entre hinchas de los equipos rivales en la final; más bien, un hincha de la Roma aprovechó la presencia de los archienemigos del Napoli en la capital para ir a sembrar cizaña, armado de una pistola. El resultado es la crónica que dio la vuelta al mundo: un hincha del Napoli en peligro de muerte y otros dos heridos. Pero lo más paradójico vino después: en un clima irreal, ante las máximas autoridades del Estado presentes en las tribunas, la decisión de jugar igualmente el partido se dio en virtud del ascenso concedido por el líder de la barra del Napoli, ligado a los ambientes de la Camorra, la mafia napolitana. Probablemente la decisión más sabia en ese momento, ya que de otra forma se hubiera podido producir más violencia y más caos. Una decisión, sin embargo, hija de una situación en la cual el fútbol italiano es efectivamente rehén de grupos organizados, a veces afiliados con ambientes delincuenciales o con la extrema derecha, y que gozan de relaciones privilegiadas con los clubes (no casualmente el capitán del Napoli fue quien se encargó de ‘negociar’ con él).

Para volver a gozar del respeto mundial del cual el Calcio gozó en el pasado, no es simplemente necesario volver a atraer a los mejores futbolistas. Es necesario garantizar que a este espectáculo, ya de por sí plagado por intereses comerciales que lo envilecen cada vez más, puedan asistir sin temor niños y familias, quienes, desde hace algunos años ya, han tristemente desertado de los estadios.

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