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El Telégrafo

“El Imperio de La Habana”

19 de julio de 2013

En 1999,  invitado por la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), participé en el Encuentro de Escritores Iberoamericanos, convocada por esa organización de intelectuales y artistas tan prestigiosa y siempre recordada. A dicha reunión concurrieron muchos importantes narradores, hombres y mujeres de letras, forjadores de cultura, provenientes de dos continentes, entre ellos resaltaba un nombre: Enrique Cirules, cubano, a quien conocía por dos obras que me impresionaron grandemente, el relato testimonial “Conversaciones con el último norteamericano” y “El Imperio de La Habana”, ensayo galardonado con el premio Casa de las Américas de 1993.

El brillante escritor cubano, autor de varias  novelas importantes y otros trabajos con indudable trascendencia histórica, en el marco del evento que señalo, desarrolló una conferencia magistral  sobre “Los desafíos de la creación literaria”, que deslumbró a todos. Al culminar su memorable disertación, muchos de los concurrentes al paraninfo de la Universidad de Chile tratamos de saludarlo, felicitarlo y estrecharle la mano, pero fue imposible. Y entonces, más bien consideré la perspectiva de ahondar en lo profundo de sus testimonios, fruto de reales indagaciones sociales y un  estilo formidable, que estaba dispuesto  a agotar la  codiciada virtud humana: la verdad.

Hace unas semanas  he estado en la capital cubana, buscando aliviar la salud precaria  de mi compañera de toda la vida, y allí en el hospital Almeijeiras, pude adquirir su última publicación -que leí de “una”-, la misma que se une a la decena de obras ya publicadas y cuyo título es un compromiso con el lector: “Hemingway, los otros y yo”,  y que en mi modesto criterio complementa la circunstancia creadora de este autor, dedicado a la manufactura del devenir del pasado reciente de aquella Cuba, anterior a la revolución, sumergida en  el lago insondable de la corrupción de sus regímenes y su indignante y abyecta sumisión a los poderes de la mafia, las transnacionales financieras y los servicios secretos de EE.UU., cabalmente descritos en sus obras “El Imperio de La Habana” y “La vida secreta de Meyer Lansky”, ambas reeditadas y traducidas a varios idiomas.

El devenir de la opresión extranjera al pueblo cubano se remonta siglos atrás, antes y durante la dominación española; después, en las guerras de independencia, cuando se produjo la injerencia norteamericana que impuso la infame enmienda Platt, por la cual EE.UU. podría intervenir  cuando la situación interna cubana lo ameritara. Nació así un país mediatizado, un protectorado, con presidentes complacientes y un pueblo rebelde y altivo sumido en la miseria. “El Imperio de La Habana” es el verídico relato de cómo se construyó  un Estado al servicio del crimen organizado, cuya arquitectura se inició a partir de 1934 y tuvo su apogeo en el batistato.

Con la complicidad de la oligarquía nacional, los bancos extranjeros, algunos órganos de prensa y el silencio de América, Cuba se convirtió  en el gran casino y prostíbulo del hemisferio. Y además en esos tiempos, según documenta Cirules, “se produjo un increíble maridaje entre los servicios de inteligencia de EE.UU. y las familias de la mafia norteamericana instaladas en La Habana”. Los ricos “barones del azúcar”, que financiaron, no hace mucho, en el exilio, el sabotaje contra la patria de Martí, en este libro aparecen como usufructuarios de aquellas épocas de la  “república del delito”.

La obra que menciono nos hace padecer los recuerdos y nos aprisiona  al futuro sin rufianes fantasmales  que aspiren a regresar a esos pasados nefastos de Latinoamérica, para dejar como antes  los legados de despotismo y vulneración  de derechos y garantías y escarnio para los pobres.

“El Imperio de La Habana” constituye la prueba fehaciente de la transformación axiológica que sufrió una nación, por la venalidad de su clase política y la fortaleza de su pueblo para liberarse.

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