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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

El grito de la memoria

19 de diciembre de 2014

“El arte es fundamental para la emancipación de la memoria,” dice la crítica de arte Avelina Lésper, a propósito del mural ‘El grito de la memoria’ que acaba de inaugurar, en Quito, la Fiscalía General del Estado.

El edificio, ubicado en el centro norte de Quito (al frente de la Casa de la Cultura y la Universidad Católica), perteneció a la embajada de Estados Unidos. Es decir, el mural se levanta justamente en donde se fraguaron atentados contra la democracia por el país más torturador y violador de los derechos humanos del planeta, según los propios documentos oficiales del Congreso norteamericano.

El artista Pavel Égüez es el autor del mural. Égüez tiene ya una larga trayectoria en las artes. Y, en particular, en el muralismo, pues tiene otros en las universidades Andina Simón Bolívar y Politécnica Salesiana, de Quito, en el nuevo edificio del Consejo de la Judicatura, en Guayaquil. Al igual que en otras ciudades del país, además de Venezuela y Honduras.

Égüez fue uno de los discípulos del maestro Guayasamín, y como tal fue parte del equipo que trabajó en el mural que se encuentra en el pleno de la Asamblea Nacional, por ello la notoria influencia del maestro en Égüez. Pero además es un militante comprometido con las causas de los más pobres, de ahí, por ejemplo, su serie ‘El grito de los excluidos’, en la que ha trabajado durante varios años.  

‘El grito de la memoria’ es un mural que se impone, no solo por sus dimensiones sino porque, en efecto, es un grito que no pasa desapercibido. Un grito que nos revela y que nos recuerda. Sin importar que ese recuerdo sea doloroso y, para muchos, aún traumático. El mural es un relato de nuestra historia reciente.

Pero de esa historia que no se cuenta, que se quiere ocultar, borrarla para siempre. Un grito para encontrar la verdad, como única forma de curar las heridas y posibilitar la reconciliación. Un grito que clama por justicia, como una forma de terminar con la maldita impunidad, que es también la única forma de evitar que hechos perversos (crímenes, torturas, desapariciones) vuelvan a repetirse. Solo la verdad y la justicia nos convertirá en hermanos, en ciudadanos libres y dignos.

En el flamante edificio de Unasur, en la Mitad del Mundo, también se han montado dos murales, ambos de Guayasamín. El arte en los espacios públicos es necesario. Es más, todos los edificios, plazas y parques deberían tener espacios para el arte. Pero los murales de Égüez y Guayasamín nos invitan también a preguntarnos el porqué el proceso de la Revolución Ciudadana no ha generado una estética propia. Como sabemos, es una estética asumida de la década del 70, vinculada con el proceso de la Unidad Popular y la Revolución Cubana; las canciones, las frases, los eslóganes corresponden a ese período político. Una estética basada en el panfleto, en el grito y en el puño.  

Qué bueno sería contar con murales que nos revelaran las propuestas estéticas de nuestros artistas plásticos; su riqueza y su diversidad. En cualquier caso, ‘El grito de la memoria’ nos recuerda que, como bien señala Avelina Lésper, “el muro es subversión, protesta, bandera, identidad”. Y, sobre todo, ‘El grito de la memoria’ es un mandato para que en Ecuador nunca más se vuelvan a violar los derechos humanos.

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