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El Telégrafo

El escribiente

17 de agosto de 2013

Va con su máquina de escribir a cuestas –una Royal, que guarda celosamente en una bolsa de cuero-, hasta que la planta junto a algún edificio administrativo. Allí tiene su oficina: con suerte, una mesa y una silla de plástico; pero le vale un poyete o un banco, lo difícil es encontrar la postura adecuada para escribir.

Redacta cartas, informes, instancias, y lo hace con una rara dignidad, empecinado en vivir en un mundo aparte, en el pasado, ignorando a los estudiantes que caminan con sus ordenadores portátiles hacia un futuro que hasta hace poco solo era ciencia ficción.

Pero él prefiere seguir cambiando las cintas de tinta y poner el papel en el rollo como quien realiza un acto solemne, consciente de que de su pericia dependerá que accedan a la solicitud, que el trabajo sea calificado satisfactoriamente, incluso que esa carta de amor redactada con el protocolo que le enseñó Cupido llegue al corazón de su destinataria.

Pues, ¿cómo va a ser comparable un sms con una flecha de papel? El hombre viste una camisa y unos pantalones que ciertamente parecen salidos de otra época; solo son modernas las zapatillas de deporte, más cómodas para caminar. Lo miro y pienso que podría desvanecerse. Porque el escribiente es un honorable fantasma en esta época de gritos, correos electrónicos y llamadas telefónicas.

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