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El Telégrafo

El encanto de escribir

01 de febrero de 2012

Augusto Monterroso cree que escribir es un arte. Por lo tanto, el escritor es un artista, al igual que el trapecista o el luchador por antonomasia. El escritor, de alguna manera, también lucha con el lenguaje, con el laberinto indescifrable de las palabras. Su tarea es la de moldear ideas a partir de la lucidez intelectiva.

Escribir es un acto de fe y de contemplación. El creador se impone la labor de desentrañar los códigos que perviven en la habitualidad del hombre, con un hálito en donde se complementa la confesión y el desvelo. El orfebre de la estética escrita confecciona parábolas provenientes del hecho cotidiano, a través del admirable encanto que provoca la ficción. Es, de alguna manera, un cúmulo de paradojas que se devela desde la realidad de la vida común.

La faena de la escritura compendia la manera auténtica de la flagelación intelectual. Apenas, somos seres mortales que irradiamos virtudes y defectos y, en medio de esa entelequia existencial, la literatura aparece como un hada madrina que permite la liberación de nuestros propios temores y fracasos.

El poeta conmueve con la luminosidad de sus apuntes, irradia luz natural en este mundo de la desmemoria. El poeta predica desde el silencio y las lágrimas, desde la embriaguez de los sentidos y la llaga latente del amor, desde el desequilibrio de la psiquis y el tráfago del desamor, desde el abatimiento de los años perdidos y el resplandor del futuro expectante.

El narrador tiene el prodigio de pregonar secretos. De hilvanar historias entrecruzadas por la vida y la muerte. Disecciona sucesos inverosímiles desde su particular cristal.  Olfatea la existencia de los otros. Altera la cotidianidad. Purga los vericuetos humanos. Es hacedor de relatos inconfesables, para lo cual se apropia de variadas temáticas, corrientes definidas y técnicas literarias.

El escritor es un testigo de su tiempo, que cuestiona a su entorno, desde la imaginación y la rebeldía. Es un ser inconforme con su pasado y con su presente. Es un caminante que va dejando huella de cara al futuro. Es un combatiente incondicional de la creación.

El escritor es un militante irreverente y comprometido con su comunidad. Como lo afirma Ernesto Sabato: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. La tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar”.

El escritor no puede desentenderse del mundo que lo rodea. Por ello, delibera más allá de la inmediatez, independientemente de la subjetividad que otorga el verso y la prosa.

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