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El Telégrafo

El emprendedor de Ayangue

14 de junio de 2012

El mejor concepto de emprendimiento viene del profesor Howard Stevenson, de Harvard Business School, hace treinta y siete años, y lo define como la búsqueda de la oportunidad sin tomar en cuenta los recursos actualmente controlados.

Fui a Ayangue el pasado fin de semana para bucear después de varias semanas en las que el aguaje impedía salir a gozar del mundo submarino. El viaje desde Guayaquil es realmente un placentero paseo, pues usando la nueva y moderna carretera de cuatro carriles que va a San Pablo, se reduce notablemente el camino. Además, la entrada a Ayangue es también una flamante vía de dos carriles lo cual hace que sea un viaje muy agradable.

El sábado hicimos algo diferente. Tuvimos una salida en la mañana de dos inmersiones, una de las cuales fue el acostumbrado ritual de bajar en La Ensenada donde está el Sagrado Corazón de Jesús de las Aguas, imagen hundida en el mar para deleite de submarinistas. En la tarde volvimos a salir, esta vez para una inmersión de profundidad, otra de orientación con brújula y finalmente una nocturna, como parte de la graduación de dos jóvenes que recibían su certificación Advance OWD (Buzo de Mar Abierto Avanzado).

El domingo solicité a mi amigo Ambrosio, dirigente comunero local, salir muy temprano para visitar un jardín de coral (que solo él conoce) y es parte del islote El Pelado. Este sitio es el Bajo Tello, realmente una explosión de hermosas y multicolores xenias y gorgonias.

Durante la travesía y el necesario intervalo de descanso entre inmersiones, Ambrosio me contó toda la odisea que tuvo que vivir desde que Diego Arango, un viejo amigo y buzo colombiano, donó la imagen del Cristo para ser hundida como homenaje a esta hermosa playa y mar ecuatorianos y su determinación para llevar a cabo este proyecto, casi sin recursos. Enseguida recordé la definición de Stevenson sobre el emprendimiento y comprendí que mi amigo Ambrosio no era solamente un experimentado guía de buceo y hábil timonel de embarcaciones, sino realmente un emprendedor de Ayangue.

No es novedad hundir una imagen en el océano. Sí lo  es cuando la comuna, empresarios y submarinistas colaboran para hacerlo. Y cuando quien lidera esta iniciativa identifica inmediatamente la oportunidad que tiene para su colectividad, que vive del turismo, disponer de una atracción hecha con su esfuerzo. Construir una base de concreto de cuatro toneladas, diseñar una plataforma flotante que lo transporte diez kilómetros hasta El Pelado, halada por cuatro pequeñas lanchas; hundirla a doce metros de profundidad y fijar la imagen a la base es una obra de ingeniería, pero sobre todo es un ejemplo de pujanza criolla.

Ya se ha publicado casi todo acerca de este Cristo hundido y cómo lo llevaron a cabo Ambrosio y sus comuneros. Miremos ahora las consecuencias de esta aventura seis meses después: decenas de lanchas visitan este sitio con buzos y turistas todos los fines de semana, la comuna y las autoridades de turismo celebraron en Ayangue el inicio de la temporada de avistamiento de las ballenas jorobadas, ya se instaló un faro guía a la entrada de la bahía -necesario para el flujo de embarcaciones que la atraviesan- y, a pesar de que terminó la temporada de playa, la gente sigue yendo a estas tranquilas aguas; y por supuesto hay inversión  en nuevos hoteles y mejoramiento de los servicios en los muy básicos restaurantes playeros, entre los cuales destaca el de Panchita, matriarca de la comuna, por su excelente comida marina.

Falta todavía mucho por hacer en Ayangue, pero el espíritu emprendedor de mi amigo Ambrosio es maravillosamente contagioso. Se siente vitalidad y ánimo de trabajar en esta pacífica comuna. Las autoridades gubernamentales comprenden y se interesan por las necesidades de esta gente y los proyectos para nuevas obras se multiplican. Hay una prometedora simbiosis entre este excelente emprendimiento de un sencillo comunero y los esfuerzos de nuestro gobierno de la Revolución Ciudadana, encargado de obtener lo mejor de su pueblo.

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