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El Telégrafo

El ejercicio de la autoridad

14 de febrero de 2013

Una familia sin autoridad camina a la deriva, como un niño sin guía, y una familia donde no se obedece está desarticulada y no puede haber una verdadera planificación para el futuro.

Un pueblo sin autoridad se aproxima al anarquismo y una sociedad que no obedece es un colectivo que anda como oveja descarriada. La obediencia es un valor que nace, crece y se desarrolla en los procesos educativos, fundamentalmente en la familia, en la escuela y en el colegio.

La autoridad no es imposición, es dirigir y orientar a los grupos humanos. Es muy importante en la educación de niños y jóvenes no imponer los caminos a recorrer, sino enseñar a caminar por los senderos de la vida.

Cuando en una familia o en una institución se da un fuerte autoritarismo, se genera inmadurez, pasividad y conformismo, pues se obedece por imposición o por miedo, logrando una sumisión en vez de lograr una auténtica obediencia, que necesitamos para cumplir las normas y ser responsables. “Lo peor es educar con métodos basados en el temor y la fuerza, porque se destruye la sinceridad y la confianza, y solo se consigue una falsa sumisión”, según dijo el científico judío-alemán Albert Einstein.

Al que le corresponde ejercer la autoridad también es necesario que la conquiste. Esto se logra cuando aquello que se dice o que se ordena corresponde a lo que se hace. La autoridad hay que ganarla, en un primer momento, y luego mantenerla. La autoridad no solo consiste en dar órdenes, es -además- corregir errores, crear y aplicar normas, valorar esfuerzos y resultados. La autoridad es trascendental en la educación de los menores de edad, quienes necesitan que alguien les dé reglas claras, seguridad y, al mismo tiempo, les ponga límites a sus acciones.

Comprender la autoridad en los dos modos depende de reconocer que la autoridad es un término amplio con 2 significados totalmente distintos: puede ser racional o irracional. La autoridad racional se basa en la capacidad y ayuda a desarrollarse a la persona que se apoya en ella. La autoridad irracional se basa en la fuerza y explota a la persona sujeta a ella.

El ejercicio de la autoridad y la obediencia se alimentan con el diálogo y requieren  una refinada pedagogía, ya que es la mejor mediación y favorece una buena relación entre adultos, jóvenes y niños. El diálogo favorece mucho la capacidad de escuchar, haciéndonos más tolerantes y comprensivos. Este ejercicio, como el de otras funciones que debemos realizar, debe rodearse de una serie de valores morales que lo fortalecen.

La serenidad en el que ejerce la autoridad hace que el mensaje llegue con mayor claridad a sus dirigidos. Y al mismo tiempo, el que tiene la autoridad debe poseer mucha paciencia, tanto para madurar un tipo de actuación como para esperar sus resultados.

En fin, una buena autoridad y un buen ejercicio de la obediencia son dos herramientas importantes para alcanzar el desarrollo, la armonía, el respeto y la paz en la convivencia social.

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