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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

El delirio de 2015

06 de enero de 2015

Cada vez que se antepone un remozado ciclo cronológico, emergen propósitos de mejoramiento individual y colectivo. En tal perspectiva, el reverdecimiento de un nuevo año implica la evaluación de los 12 meses anteriores, como objetivo válido de crítica y de autocrítica, de capacidad analítica que recoja las experiencias asimiladas y acoja aquellos aspectos pendientes y que merecen ser retomados en la agenda anual.

Los balances sobrepasan las cargas subjetivas individuales, ya que implícitamente recaen en el devenir de la comunidad en su conjunto; en lo que no se pudo concretar y en lo que está por realizarse, en las líneas anheladas y en los logros que merecen una consideración como estímulo para continuar en el sendero trazado. Aunque es gratificante obtener buenos augurios de nuestros semejantes, esto no es suficiente en el momento de las realizaciones palpables.

Entonces, nos encontramos en el horizonte ante el advenimiento de otro año, situación que posibilita revisar proyectos inconclusos y esbozar renovadas ideas con el afán de que sean plasmadas en la hoja de ruta. Pero estas loables intenciones no deben esfumarse con el transcurso del tiempo, al contrario, tienen que servir como luz en la vera del camino. Para el efecto, es pertinente regresar la mirada a esas prácticas humanas que nos vuelven sensitivos en la edificación identitaria. Como muestra, conviene decir que las solidaridades se expandan en los corazones afligidos de los hombres.

El mundo tiende a movilizarse en un excesivo consumismo que ahoga toda forma racional de convivencia. Es el testimonio vehemente de la inmediatez en donde se pierde la capacidad de admiración por las cosas sencillas. En tal descomposición no se admite el respeto al prójimo ni a su entorno natural. Se camina por las grandes avenidas -selva de cemento- atropellando a la otredad. Se delinean mecanismos de control político en donde prima la corrupción y la arbitrariedad; eslabones que se sostienen de modo articulado con la impunidad. Se consolidan los emporios comerciales y cadenas transnacionales a partir de la avidez monetaria y en desmedro de las mayorías. Se acomete en conflagraciones para justificar de manera inmisericorde los negocios armamentistas que se esconden detrás de tan reprochables episodios bélicos. Se vulneran los derechos ciudadanos como efecto de amedrentamiento y represión. Se arremete en contra de los bolsillos de la gente a través de medidas económicas draconianas.       

Es pertinente que se adquiera conciencia respecto de la actual situación, en donde las desigualdades ahondan la problemática de las poblaciones, generando un afanoso dispendio de recursos en aspectos banales y, lo que es peor, en pocas manos, que se vuelven insensibles.  

Eduardo Galeano sugiere que mantengamos el derecho al delirio, ya que “la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse”, en esa alternativa -siempre válida y vigente- por otro mundo posible, en donde quepa la esperanza.

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