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El Telégrafo

El cristianismo y la mujer

04 de abril de 2013

El Cristianismo es uno de los acontecimientos  más trascendentales de nuestra historia. Sus principios revolucionaron todas las concepciones que acerca del mundo se tenían en el régimen antiguo.

Las causas que lo originaron: las duras condiciones económicas en que vivía el pueblo judío en la última etapa del Imperio Romano y el ofrecimiento a través de sus dogmas de una vida mejor en el más allá a los que en este mundo habían soportado con resignación dolores, pobrezas y miserias. Condiciones que la llevaron a convertirse rápidamente en la religión de los esclavos y de los desposeídos.

El cristianismo surgió como expresión de rebeldía y de esperanza a la vez. Cristo fue un carpintero que vino a preconizar la igualdad, y el odio a los ricos y prepotentes, acusándolos de verdugos y opresores de los pobres, quienes por su condición de oprimidos tenían asegurada la felicidad en su reino, el Reino de Dios. Como era de esperar, dichas proclamas enfurecieron a los conquistadores romanos y a los aristócratas judíos que veían en Jesús al abanderado de los anhelos populares de Judea y al enemigo de sus intereses. Por eso lo persiguieron y lo crucificaron.

Fue mucho después que el Cristianismo varió su actitud frente a las relaciones humanas. Aceptó la desigualdad social e introdujo una serie de innovaciones en el orden familiar, sobre todo en la condición social de la mujer, al establecer principios como la subordinación de su voluntad al hombre, la castidad, la obediencia de la esposa al marido, la indisolubilidad del matrimonio, los cuales tendieron a hacer de ella una personalidad sumisa y que temerosa de Dios cumpliera con sus obligaciones. Por ejemplo:

San Pablo, en su Primera Epístola a los Corintios y a los Efesos dice: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón y el varón es la cabeza de la mujer…”.

Cuando la Iglesia Cristiana se transformó en instrumento de clase, constituyéndose en el sostén del Régimen Feudal, sus cánones ya no solo exigían la subordinación de la mujer, sino que la colocaban en una situación tal que la consideraban como un ser diabólico, peligroso para la virtud del hombre. Tanto es así, que en el Concilio Ecuménico de Macón se trató el asunto de  si tenía o no alma y si formaba parte de la Humanidad. Los obispos “sabiamente” decidieron que sí.

Con el advenimiento del Capitalismo, la burguesía no admite la injerencia de la iglesia en la vida política del Estado. Se emancipa de ella, dando origen a lo que por principio es inherente a su filosofía: la independencia de los dos poderes, el eclesiástico y el estatal. No obstante, demás está expresar la enorme influencia que ha ejercido, especialmente en los países del mundo occidental, donde sus enseñanzas son inculcadas y su espíritu ha servido de base a codificaciones legales que aún se mantienen.

Felizmente, vivimos una época diferente. El mundo católico tiene un nuevo Papa. Ojalá que éste y el catolicismo contemporáneo reconozcan el rol activo de la mujer en la sociedad y en la iglesia. Valoren su dimensión humana, considerándola compañera del hombre y como tal háganla copartícipe de las responsabilidades, tanto en la praxis del catolicismo como en la sociedad. ¡Expresión del más alto Humanismo!

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