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El Telégrafo

El concepto revolucionario

31 de enero de 2012

Georg Wilhelm Friedrich Hegel sostenía que los pueblos y culturas cumplen un sacerdocio en la humanidad, y una vez cumplido y agotadas sus fuerzas, serán reemplazados por otros pueblos que realizarían las fases superiores de la idea.

Durkheim, por su parte, manifiesta que, siendo la historia irreversible, los fenómenos sociales no se repiten jamás sin modificaciones; que no es posible por eso encadenar mecánicamente los hechos sociales a toda previsión futura mirando al pasado aunque exista un hecho análogo.

La Revolución Francesa, con todas las contradicciones conceptuales de sus actores, perseguía por encima de todo la abolición del sistema feudal por un Estado que proclama el más alto grado de igualdad, fraternidad y libertad en el pueblo; la Rusa, que reivindicaba abolir la propiedad y medios de producción en manos privadas en aras de una repartición de la riqueza sin privilegios; y la “revolución española”, como se la conoce, que sin que se registrara un solo hecho de sangre, terminó con la dinastía de los Borbones, en elecciones legales y pacíficas. La suerte que siguió a esta revolución, de las más cortas de la historia, no es materia del análisis presente.

Lo que es pertinente demostrar es que inequívocamente las revoluciones tienen, a pesar de sus desigualdades, un cometido común: “el cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación” (Diccionario esencial de la lengua española).

El doctor Rodrigo Borja Cevallos -dilecto amigo de años y compañero de un sinnúmero de jornadas políticas- a quien respeto y aprecio, habla de revolución en términos de lucha armada, cuando esta es en realidad, por lo que vemos, una de las herramientas que hace posible la toma del poder, pero no la única, al menos en los tiempos que corren.
Los pueblos latinoamericanos vivían, cincuenta años atrás, una democracia ficticia donde una minoría selectiva elegía a sus mandatarios, realidad que llevaba a otra: la decisión de buscar el poder mediante la lucha armada. Ernesto “Che” Guevara no eligió por casualidad a Bolivia, lo hizo convencido de la impotencia de un pueblo, que en tales circunstancias no tenía alternativa de llegar al poder que no fuera por la fuerza.

Circunstancia que ha variado sustancialmente en América Latina, que guarda relación con lo expresado por Hegel y Durkheim; y es, en ese contexto, que revolución en Ecuador existe, llámesela como se la llame. El cambio sustancial o revolucionario habido en este país, con todas sus imperfecciones, queda evidenciado cuando el poder fáctico se exacerba y se lanza a las más variadas aventuras que les devuelva el manejo de sus intereses.

La lucha armada es un medio en sí, como lo es el sufragio universal, porque el fin históricamente ha sido el cambio profundo que  entendemos por revolución.

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