Publicidad

Ecuador, 01 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

El club de los poetas muertos

28 de agosto de 2014

Cuando vimos la cinta El club de los poetas muertos, dirigida por Peter Weir y con Robin Williams como actor principal, nos sentimos deslumbrados por el cine de tesis. En el filme se expresan las contradicciones entre las formalidades de una academia y la búsqueda de libertad de sus educandos, guiados por este personaje inolvidable, que leía a sus estudiantes el poema de Walt Whitman, titulado ‘¡Oh, capitán, mi capitán!’.

La película trata del encuentro de un profesor de literatura con sus alumnos en la Welton Academy (Vermont), una institución educativa muy respetada. Robin Williams encarnó a un heterodoxo docente (el profesor John Keating) que se sale de los temarios y entra en la materia sensible de la vida, convocando a sus estudiantes a abordar la obra de Whitman, diciéndoles que todos los preceptos que prologan el libro definiendo la poesía son pura basura, pues la poesía no tiene normas ni estructuras, basta una idea que revolotea, un sueño que trasciende, porque la poesía es un acto irrevocable, superior e infinito. El profesor todo lo revierte, los llama a la desobediencia creadora, les recuerda la existencia alguna vez de la sociedad de poetas muertos. Todos se enamoraron de la poesía y empezaron a romper esquemas.

Cada uno de los estudiantes parece haber alcanzado la cima de los atributos de la libertad, y uno de ellos, que siempre quiso ser actor -contra la voluntad de su padre, quien entendía que el arte era una pérdida de tiempo-, asumió el papel de una obra de Shakespeare, pero a pesar de haber ganado un premio por su actuación, el único que no lo felicitó fue su padre y, lleno de tristeza, se suicidó. Ese suicidio obligó a una fuerte represión, que conllevó la expulsión de la academia del profesor Keating, a quien acusaron de ser el responsable de la muerte del estudiante y de haber violado las reglas de la academia, alborotando a los estudiantes con textos poéticos e ideas extrañas. Los estudiantes se vieron obligados a firmar una carta donde acusaron al profesor.

Cuando Keating se retiraba del curso y pasó por el pupitre del estudiante que se suicidó, los demás alumnos se levantaron de sus asientos y se subieron sobre los pupitres, exclamando: “¡Oh, capitán, mi capitán!”.

Williams ha fallecido, y la primera reacción es no aceptar que haya muerto, pues este formidable actor, quien actuó en hermosas comedias e interpretó los gestos más audaces de la solidaridad humana, hizo reír al mundo.

Robin Williams combatió por la alegría, por la llanura de los afectos. No quiso más que una actuación, un papel para hacer de la vida un amor en la tragedia, un desdén por la hipocresía social y los convencionalismos. Que nadie alegue ahora que consumía alucinógenos, que era alcohólico y solitario, ninguna de las excusas formales del establecimiento social podrán negarle su lucidez, su limpia constancia de gran actor, dúctil y muy querido por los cinéfilos. Comulgo con Borges cuando decía que la realidad era insoportable.

Contenido externo patrocinado