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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

El capital en el siglo XXI

22 de abril de 2014

@mazzuele

La obra del economista francés Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, que acaba de ser publicada en Estados Unidos tras su salida en Francia el año pasado, promete ser un emprendimiento intelectual destinado a marcar un hito no solamente en la disciplina económica, sino en todas las ciencias sociales. Su primer mérito, de hecho, es haber renunciado a una visión reduccionista de la economía, anclando su investigación en hechos históricos, incorporando importantes elementos de análisis político y agregando referencias literarias que confieren al libro elegancia y fluidez. En este sentido, Piketty ha rehuido a la tentación de la economía moderna de explicarlo todo con fórmulas matemáticas, reconectándose así a la cada vez más menguante tradición de la economía política clásica.

Valiéndose del trabajo de varios colaboradores, lo que hace de la obra de Piketty un texto fundamental es haber recolectado datos sobre la evolución de la riqueza y de las desigualdades en las principales economías en los últimos tres siglos. Los resultados son escalofriantes y confirman las hipótesis de quienes habían mirado con sospecha a la revolución neoliberal de las últimas décadas, mientras desdicen con tajante clareza muchos de los axiomas que la ortodoxia económica ha impuesto contra toda evidencia. La tendencia que emerge del estudio es la de un crecimiento exponencial de la desigualdad, interrumpido por un breve período solo tras la Segunda Guerra Mundial, gracias a un sistema impositivo progresivo, un crecimiento económico sostenido y la destrucción, entre las dos guerras mundiales, de la riqueza heredada, sobre todo en Europa.

Piketty recomienda un régimen impositivo más alto para los ingresos elevados y un impuesto global progresivo sobre la riqueza.El libro del economista francés no podría haber salido en un momento más oportuno, ya que se coloca en el debate candente sobre el ascenso de una clase de superejecutivos con salarios astronómicos. Este fenómeno, que como bien es demostrado no tiene relación alguna con el aumento de la productividad, es en parte responsable por el crecimiento desmesurado de los ingresos del 1% más rico en los países anglosajones. Un dato indicativo en este sentido es que entre 1977 y 2007, este 1% se ha acaparado el 60% del aumento del ingreso nacional estadounidense. Pero no se trata solamente de ingresos, sino también de una cuestión ligada al rendimiento de la riqueza acumulada. Por eso, Piketty no hesita en hablar de un capitalismo patrimonial, antitético a la meritocracia y verdadera fuente de inmovilidad social. Esto es posible porque el capital crece más que los salarios, ya que el rendimiento del primero se ha mantenido históricamente alrededor del 5%, mientras la tasa de crecimiento económico, responsable de los ingresos, ha oscilado entre el 1 y el 1,5%. De tal manera, las grandes fortunas se preservan, mientras las pequeñas no.

Cuestionando tanto la tesis ricardiana que condujo Marx a predecir erróneamente la crisis del capitalismo, cuanto la profecía de Kuznets, quien creía que la brecha de la desigualdad se hubiera reducido en la medida en que las economías se sofisticaban, Piketty cree que si la tendencia no se arresta, las consecuencias podrían ser más pobreza y discordia social. Por eso, recomienda un régimen impositivo más alto para los ingresos elevados y un impuesto global progresivo sobre la riqueza.

Si bien Piketty no detalla cómo estas soluciones podrían ser políticamente viables, las fuerzas progresistas que quieren luchar por el cambio social no pueden prescindir de la investigación de este brillante economista.

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