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El Telégrafo

El canal por Nicaragua (1)

04 de julio de 2013

El Congreso de Nicaragua acaba de aprobar el proyecto de construcción de un canal interoceánico en asociación con China. Esto ha venido a replantear las estrategias comerciales del mundo y también las estrategias políticas y militares del continente, donde el control directo o indirecto del tránsito entre ambos océanos ha sido por más de un siglo un elemento clave del poder imperial.

La idea de construir una vía o canal interoceánico en América Central es de antigua data. Ya Hernán Cortés le dijo a Carlos V que la unión de los dos mares “valía más que la conquista de México”. Y el explorador Antonio Galvao mostró al Rey de España la factibilidad de abrir un canal por los istmos de Tehuantepec, Nicaragua o Panamá. En respuesta, el rey dispuso que se levantaran planos de un canal por Panamá y otro por Nicaragua.

La idea del canal motivó también al rey Felipe II, quien envió al Darién un grupo de ingenieros flamencos, que opinó favorablemente a la construcción de la vía acuática, aunque España abandonó luego el proyecto.

En 1694, Inglaterra, la archienemiga de España, fue interesada en la obra por un colonizador escocés del Darién, Guillermo Paterson, quien afirmaba que un canal “aseguraría las llaves del universo, capacitando a sus poseedores para dar leyes a ambos mares y para ser árbitros del comercio mundial”.

También el Libertador Simón Bolívar, como presidente de Colombia, contrató a los ingenieros Lloyd (inglés) y Falmark (sueco) para que estudiaran la zona y recomendasen la vía más adecuada. Lloyd presentó sus trabajos en la Royal Society de Londres, pero no pudo obtener financiamiento para llevar a cabo ese gran proyecto de ingeniería.

Desintegrada Colombia, la república de Nueva Granada dio en 1835 al Barón de Thiery, empresario francés, una concesión exclusiva para abrir un canal por el istmo de Panamá. Mas ese proyecto fracasó, al igual que otros subsiguientes.

Así se llegó al año 1846, en que Nueva Granada firmó un tratado con los EE. UU., por el que este último garantizaba la soberanía neogranadina en Panamá y la perfecta neutralidad del istmo “con la mira de que en ningún tiempo sea interrumpido ni embarazado el libre tránsito, de uno a otro mar”.

Poco después, en 1850, los EE.UU. suscribieron con Inglaterra el Tratado Clayton-Bulwer, por el que ambos países se comprometían a compartir la construcción y uso de cualquier canal interoceánico en el área.

Para entonces, el naviero Cornelius Vanderbilt había obtenido ya del Gobierno de Nicaragua una concesión para construir un canal interoceánico y, entre tanto, usar la ruta de tránsito por el Lago de Nicaragua y el río San Juan. Su objetivo era llevar en barcos de vapor, de uno a otro océano, a los miles de mineros gringos que querían ir a California, atraídos por la “fiebre del oro”.

Como esa ruta evitaba el largo viaje por tierra entre Nueva York y San Francisco, 100 mil personas la usaron entre 1851 y 1856 y su explotación resultó para Vanderbilt más productiva que las vetas de oro californianas.

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