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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

El avance del populismo de derecha en Europa

25 de marzo de 2014

@mazzuele

Las elecciones seccionales francesas del domingo confirman la consolidación del populismo de extrema derecha en Europa. Marine Le Pen, hija del líder histórico del Frente Nacional Jean-Marie, es la verdadera ganadora de esta cita electoral: presentándose en apenas 597 alcaldías sobre más de 36.000, su partido ha obtenido el 4,5% de los consensos generales, ganando en el primer turno una alcaldía y posicionándose como primer partido en tres ciudades de medias dimensiones. De cara a las elecciones europeas de mayo, cuando el partido se presentará ante todo el electorado francés, esta parece ser solo la prueba general para el gran salto de calidad. Pasan así a segundo plano la derrota abrasadora de los socialistas del presidente Hollande, envuelto en los escándalos y cada vez más incapaz de suscitar identificación, incluso, ante sus propios sostenedores históricos; y la recobrada vitalidad de la centroderecha.

Le Pen es una política cuyo talento ha logrado hacer salir el partido de su padre de la angosta esquina del nacionalismo, proyectando el Frente Nacional como una verdadera opción popular.  Para hacerlo,  ha apelado a diferentes demandas sociales, como el rechazo hacia la clase política tradicional, el descontento por la pérdida del poder adquisitivo de las clases medio-bajas y la difidencia hacia los tecnócratas de Bruselas. Lo sorprendente, sin embargo, reside en el giro de significación que esta particular articulación política ha logrado. De hecho, las demandas mencionadas se acompañan a la promesa de mano dura hacia la inmigración, un fuerte conservadurismo social y tentaciones autoritarias, lo cual ha fijado un rumbo ideológico particularmente reaccionario a su proyecto populista.

Hay la tendencia,  (...), a desestimar todo tipo de populismo que cuestione la tendencia de las élites de ‘gobernar sin el pueblo’.El preocupante fenómeno de la difusión de un populismo abiertamente racista y xenófobo en Europa no es nuevo, pero ha vuelto a agudizarse a raíz de la crisis económica y social que enfrenta el Viejo Continente. Los comentadores de índole liberal reducen todo a cuestiones morales y fatigan en proveer otras explicaciones más convencedoras, ya que se niegan a reconocer en el ficticio consenso liberal la causa de la aparición de alternativas radicales de derecha. Como argumentado por Jacques Rancière, la política radica en el desacuerdo, o por decirlo como Ernesto Laclau, los antagonismos son constitutivos de la realidad social. Si se intenta suprimir esta realidad y los partidos convergen hacia el centro y se asemejan cada vez más, deja de existir una confrontación real, y la política es reemplazada por la administración. Este vacío abre la puerta para que los demagogos populistas de la derecha representen a los que se sienten excluidos en estas sociedades ‘pospolíticas’.

Es importante subrayar una diferencia. Hay la tendencia, por parte de los medios de comunicación y de la clase política tradicional, a desestimar todo tipo de populismo que cuestione la tendencia de las élites de ‘gobernar sin el pueblo’. Con eso se intenta poner al mismo nivel el populismo de la derecha y el de la izquierda, aunque este último haya tenido dificultades en aparecer en Europa, con la notable excepción de Grecia. Se trata de una asociación ilegítima que hay que rechazar: mientras el populismo de derecha se basa en la exclusión, el racismo y llamados a la pureza étnica, el populismo de izquierda tiene como ejes la emancipación, la radicalización de las instituciones democráticas y la inclusión de todos los desventajados por un sistema injusto.

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