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El Telégrafo

El auge del intelectual orgánico

24 de julio de 2012

En estos tiempos convulsionados donde una nueva crisis del capitalismo hace temblar al centro económico y financiero global, el rol de los intelectuales es decisivo para pensar cuál es el rumbo que tomará el planeta en esta nueva era que se presenta, tránsito indubitable y necesario como corolario del otrora orden neoliberal. He aquí donde aparecen, quienes tienen la tarea de tomar elementos de la realidad para analizarla e intentar sacar conclusiones que nos ayuden a interpretar los problemas que atraviesa la sociedad. Preocupación que tuvo Antonio Gramsci, quien se preguntaba: ¿Son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente, o todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales especializados? Este dilema sigue vigente.

Pero en el terreno de la discusión aparecen quienes dan por clausurado al intelectual orgánico, que ha caracterizado al siglo XX y plantean un nuevo tipo de intelectual, lejos de las estructuras de poder y caminando en la encrucijada de su propia soledad. En otras palabras, un estilo de intelectual “libre”, pero eso es un deseo casi imposible. Los intelectuales orgánicos están más presentes que nunca, y principalmente en este momento histórico donde el pueblo, como sujeto de transformación social, se organiza y construye la unidad como instrumento trascendental de lucha y resistencia frente a esta reestructuración del sistema capitalista.

Quizás el instante en nuestra historia reciente donde el intelectual orgánico ha estado en la sombra, haya sido cuando cayó el Muro de Berlín y el bloque soviético en 1989 y el campeón que se alzó con los destinos del mundo fue EE.UU.; quien consolidó una hegemonía que eclipsaría a los intelectuales comprometidos que habitaban en el seno de los partidos y las instituciones del Estado anterior a la aparición del neoliberalismo. Pero al mismo tiempo, y como contrapartida a esto, están aquellos quienes fueron -y siguen siendo- funcionales al capital financiero y al libre mercado, y eso significa (sin caer en los purismos teóricos) ser absolutamente orgánico.

Empero, a pesar de los cambios profundos de una época, el intelectual orgánico cumple una función esencial en el complejo entramado de la sociedad, y son las condiciones del propio contexto las que le dan forma a su pensamiento y práctica, por lo que sentenciar su deceso termina siendo absurdo. Ahora, las características del intelectual orgánico han cambiado y ya no obedecen a la misma lógica que en la última centuria, debido a la fractura y regeneración de las relaciones sociales. Por ende, el campo de batalla intelectual también sufrió una metamorfosis, producto de estas contradicciones estructurales del orden social.

En este sentido, para ser un intelectual orgánico no se necesita estar dentro de las estructuras de un partido, por el solo hecho de que los partidos son la expresión de clase de la sociedad. El esquema se ha reconfigurado considerablemente, y el posicionamiento del intelectual parte de una base fundamental: responder a los intereses objetivos de una clase social, articularse a un determinado proyecto político y ser parte de una organización que sea el interlocutor de ese proyecto. Por tanto, estos son sin duda nuevos tiempos para ver en acción al intelectual orgánico.

(*) Ensayista y escritor. Integrante del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, de Argentina

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