Publicidad

Ecuador, 28 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

El arte de imputar pecados ajenos

09 de octubre de 2013

Un conocido jurista, a quien le da por escribir editoriales en un diario capitalino, afirmaba en su columna lo imperioso que es no olvidar las lecciones del pasado. Para ilustrar esta reflexión tomó del cuello al existencialista Albert Camus para hacerle confesar que demócrata "es aquel que admite que el adversario puede tener razón, y le permite por consiguiente expresarse y acepta reflexionar sobre sus argumentos".

Luego se refirió a quienes la observan (la democracia, por supuesto) “con pasión desbordada, interpretándola y distorsionándola, con una actitud supuestamente objetiva, bajo el prisma deformador de sus particulares intereses”. Pero olvidó, o se hizo el desentendido, las experiencias socialdemócratas del siglo XX, los devaneos y fintas de la Izquierda Democrática, su partido hace no muchos años, cuando prefirió en la Presidencia del Congreso -una carta de los líderes socialdemócratas lo confirmó en su momento- a Wilfrido Lucero (ex DP y después ID) y, en otra ocasión al liberal Samuel Belletini.

Es extraño que no se haya dado cuenta de que los liderazgos siempre se ganaron diferenciando lealtad e incondicionalidad, de acuerdo a infinitas maneras de ver y percibir la realidad, como lo expresó el escritor español Ramón de Campoamor, y no como el jurista de marras lo utilizó (“En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”), para ponerle acentos a “esa visión maniquea” -sin nombre y apellido, estrategia de quien tiene miedo- que según él, se ha instalado con violencia en nuestra vida política. Y dijo, en tono de burla, que está claramente identificada “con el bien público, las aspiraciones del pueblo, el desinterés y la honestidad”.

La forma peyorativa con la que ha desnaturalizado la acción política del Gobierno Nacional, solo demuestra que, después de sus desilusiones personales, aún no ha entendido la filosofía del Socialismo del siglo XXI, en la que posiciones religiosas, filosóficas, políticas o económicas no tienen pretensiones de verdades universales, porque apenas son los cimientos de una sociedad democrática, justa y fraterna en construcción, no una postergación como sugiere. A esta fase de recuperación los hombres libres la llamamos utopía consumada. Por tanto, corrupción, concentración de poder, delirios mesiánicos, como pretendió imputar, no tienen cabida en esta nueva concepción del poder. Parece que sigue confundido con la naturaleza de esos seres pequeños, ególatras, enamoradizos y frágiles que una vez en el poder lo rechazaron a él.

Enfrentar los desafíos de la política es de hombres, no de quienes optaron por la misoginia partidista cuando el barco naranja empezó a hundirse.

Contenido externo patrocinado