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El Telégrafo

El año que se perdió la privacidad

27 de diciembre de 2013

Cerrando el año, entramos en esa extraña fascinación cíclica de limitar el continuum del tiempo viendo lo que marcó, en este caso, 2013. Entrando en la dinámica, creo que este año será recordado como el momento donde se perdió cualquier remedo de decencia por esconder la invasión de privacidad como una operación mundial. No solo fue la masiva violación de la privacidad desde la NSA (National Security Agency o Agencia de Seguridad Nacional) de Estados Unidos, sino la red de espionaje mundial que puso en evidencia las predicciones orwellianas sobre un futuro distópico. Una reminiscencia de la Guerra Fría donde han caído enemigos o aliados; o desde la visión más realista de las relaciones internacionales, una serie de competidores en este juego de suma cero.

Si bien toda inteligencia tiene un grado de intrusión, el modus operandi de la NSA convirtió a la intrusión en la regla. Una base de datos donde recopilan toda la información, todas las llamadas y correos electrónicos, de todos los ciudadanos americanos (y los que no lo son). No leen toda la información, pero está ahí, y está a disposición del Gobierno, a una orden judicial de distancia. Órdenes que las cortes han estado más que dispuestas a entregar.

Edward Snowden, el ‘whistleblower’ encargado de revelar las operaciones, ahora asilado en Rusia por acusaciones sobre espionaje, advirtió sobre la violación a los derechos que significaba permitir que un gobierno poseyera ese tipo de información. Luego, una comisión creada por el presidente Obama reivindicó a Snowden, recomendando modificaciones a la NSA y buscando frenar la recopilación de información a gran escala. Si bien Snowden deberá seguir asilado, hay una aceptación tácita del Gobierno sobre la manera en que se ha conducido la inteligencia. Esta inteligencia que, vale recordar, es producto del Patriot’s Act, y los superpoderes otorgados por el Congreso de Estados Unidos a George Bush para que haga del mundo su tablero de Risk.

Pero, a pesar de todo esto, no ha existido una modificación efectiva del funcionamiento de la NSA. No ha existido un concienciación social sobre lo que significa que cada una de nuestras acciones está siendo potencialmente vigilada. Que nuestros celulares, nuestras computadoras, todas esas tablets que recibieron por Navidad, nuestra vida digital en las redes sociales, son instrumentos para beneficio de un poder omnímodo e irrestricto. Pero en el gran esquema de las cosas, nuestra privacidad pierde valor ante nuestra incapacidad de reacción, y esa manera en que voluntariamente estamos dispuestos a perderla. ¿No me creen? Revisen su TL.

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