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El Telégrafo

El amante de los esclavos

07 de febrero de 2013

Era el año 1837. En una ciudad norteamericana un joven recién llegado se paró en una esquina, desconcertado. Llevaba dos maletas y preguntó por un hospedaje barato. Al enterarse de los precios volvió a salir, asustado. Sus monedas no alcanzaban para tanto.

Sintió la garganta seca y el mundo empezó a darle vueltas, pero una mano delicada le tocó la espalda. Era un hombre que le ofrecía alojamiento por una noche, compartiendo el mismo colchón. El amigo generoso se llamaba Joshua Speed, y el recién llegado, Abraham Lincoln, futuro presidente de los EE.UU.  Se hicieron tan buena compañía, que durmieron en aquel colchón durante cuatro años.

En ese tiempo Lincoln encontró trabajo como abogado y consiguió novia: Mary Todd, con la que decidió casarse. Joshua, el amigo, regresó con sus padres. Lincoln se desequilibró, rompió su promesa de matrimonio, se sumió en profunda depresión y fue a vivir, de nuevo, con su amigo. Por aquel entonces, Joshua y Lincoln coincidían en que el matrimonio era una pesadilla para la que nunca estarían preparados.

Los biógrafos han sospechado de aquella amistad inocultable. Para unos ha sido un ejemplo de relación viril. Otros han dicho que aquella amistad “aromaba a violetas de mayo”. Otros han sido menos poéticos. De hecho, un grupo gay norteamericano, los llamados “Republicanos de la Cabaña de Troncos”, en alusión a la vivienda campesina de Lincoln, apoyaron económicamente al candidato republicano Dole, que rechazó el dinero para no escandalizar a sus seguidores. El grupo gay protestó: “Los republicanos deberían recibirnos con los brazos abiertos: su fundador era de los nuestros”. Los historiadores ortodoxos se ofendieron.

Otros citan fragmentos de un supuesto diario del amigo de Lincoln. “A menudo Abe (así llamaba a Lincoln) me besaba mientras lo desvestía. Me alzaba con sus brazos, era incansable…”. Y algunos afirman que el asesino de Lincoln era un homófobo sureño y que… nada se ha demostrado finalmente, después de tanto tiempo. Y, en verdad, poco importa.  

Lo que sí es trascendente es que Lincoln, que aparece ante la historia como el hombre que amaba a los esclavos y buscaba su libertad, lo que quería era una Norteamérica blanca, libre de negros. Y los quería liberar para que regresaran a África. Algunos fueron regresados a su continente, pero no todos. Por eso Lincoln murió sin ver su sueño cumplido, como lo atestiguan en Harlem.

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