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El Telégrafo

Ejemplo para los médicos

11 de diciembre de 2012

¿Le ha pasado quizás a usted que si en alguna ingrata ocasión ha debido ir a emergencia de cierta casa asistencial lo han atendido de manera excelente, aun siendo que no tiene seguro privado y solo dispone de la protección del IESS? Pues aunque insólito parezca, a mí me sucedió pocos días atrás. Y todo gracias a la intervención de un médico excepcional.

Un joven profesional de 37 años, miembro del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, a quien desde la clínica privada -muy cercana a mi casa- lo llamaron por su especialidad luego de darme los primeros auxilios. A diferencia de un buen número de galenos que trabajan en algunas casas de salud de carácter público, el doctor Franklin Encalada Calero, médico tratante de Cirugía del Departamento de Urgencias en el hospital Teodoro Maldonado Carbo, se esmera por tranquilizar al paciente, acudiendo incluso a su sentido del humor y a un auténtico espíritu de solidaridad que lo anima permanentemente y sin hacer ningún tipo de ahorros con respecto a la dosificación de esta virtud incomparable.

Mientras trabaja en la reconstrucción del dedo anular de mi mano izquierda mediante una microcirugía, dialoga con el mejor de los ánimos, tanto conmigo como con su médico ayudante. A la salida del quirófano le digo al doctor Encalada que “le agradezco a Dios y por supuesto a usted por la inmejorable atención recibida”. Me responde que él es solo un instrumento de Dios. “Yo soy quien tengo que agradecerle por haberme dado la oportunidad de servir”, me dijo, alejándose de lo que es el comportamiento dominante entre un buen número de médicos del IESS y algunas de sus secretarias-enfermeras, así como de ciertos empleados administrativos de diferentes departamentos que, sin lugar a dudas, son quienes detienen el proceso de transformación y superación que el Gobierno se empeña en realizar en las instituciones de salud del país.

Las sorpresas con el doctor Encalada continuaban, revelando un espíritu de excepcionales condiciones. “Yo trabajé algún tiempo en el área de quemados de un hospital infantil” -recordó al término de la curación de mi mano, al día siguiente de la operación-. Se refirió a lo terrible que le parecía ver el gran sufrimiento de los pequeños, así como el inmenso dolor de sus madres. Me contó -además- que siempre le pedía a Dios que no permitiera que se inclinara a preferir con un trato mejor al niño bonito, antes que a los niños poco agraciados, o a la madre atractiva por sobre las otras madres, mujeres de nuestro pueblo que sufrían por igual medida. Añadió el doctor Encalada que lo mismo le rogaba a Dios actualmente. Que lo guiara para lograr que a todos sus pacientes siempre les ofreciera el mismo trato, una atención por igual sin hacer diferencias, porque lo importante es servir con amor al prójimo, empeñándose por lograr su recuperación aliviando en lo posible su sufrimiento. Este es un ejemplo vivo de médico de conciencia, un paradigma que deberían seguir los demás  galenos que trabajan en unidades de servicio público, atendiendo a gente sencilla que acude en estado de indefensión, aquejada en su salud por graves dolencias.

Porque así como sucede con otras profesiones -el magisterio, el periodismo-, que deben estar animadas por un espíritu de solidaridad y comprensión para con el prójimo, la medicina y sus diversas especialidades así como la enfermería, son apostolados que deberían asumirse a profundidad a fin de evitar graves daños al paciente y a  la comunidad. Por suerte, también debemos reconocer que existen algunos ejemplos de médicos probos en el IESS, como la oncóloga Alexandra Loor Galarza, la alergóloga Betzy Fernández Ponce y la dermatóloga Blanca Almeida, caracterizadas por una cuidadosa atención con humanismo y calidez a sus enfermos.

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