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El Telégrafo
Guido Calderón

Ecuatorianos no contactados

14 de diciembre de 2014

Daba una conferencia en la Universidad Estatal Amazónica y preguntaba al joven auditorio si estaba de acuerdo en no contactar a los pueblos en ‘aislamiento voluntario’. Todos contestaron que sí, que los no contactados merecen respeto, su cultura no puede extinguirse debido a nuestra nociva presencia.

Claro, hay que evitar a toda costa que sus niños sean vacunados, les dije. No debemos permitir que sus mujeres den a luz a sus hijos en nuestros hospitales llenos de tecnología artificial. El mayor orgullo de un padre tagaeri debe ser cortar con sus dientes el cordón umbilical de su hijo mientras su esposa descansa cómodamente en una cama de hojas sobre el lodo.

Hace 35 años, a 3 días de camino en Pastaza, había pueblos no contactados, a los cuales ingresé muchas veces con turistas y les regalábamos comida. Es que no tienen idea la emoción de un niño de la selva cuando prueba un atún. Les dejábamos arroz, azúcar, el pecaminoso chocolate. Aprendí con los yumbos de Pastaza -ya extintos- a pescar con barbasco, a ahumar el pescado, a andar ligero por la selva en la noche ingiriendo una sustancia que dilataba las pupilas.

Al ‘contaminarlos’ con nuestra presencia los obligamos a acercarse a las ciudades, o tal vez la ciudad se acercó a ellos; hace 35 años los terrenos universitarios eran selva pura y Puyo no pasaba de 8 manzanas de casitas de madera. Asumo que debería sentirme terrible por aportar a salir de la selva y que las mujeres no tengan 6 hijos a los 20 años -la mitad fallecidos- y mueran de osteoporosis a los 30 debido a que en este paraíso verde no existen fuentes de calcio.

No sé si saben lo que comen en la selva los pueblos ‘no contactados’, su dieta es ecológica y amena, yuca en el desayuno, yuca en el almuerzo, yuca en la cena, esa delicia la acompañan con chicha de yuca. La yuca contiene cianuro en pequeñas cantidades y su consumo permanente produce enanismo no deformante.

La gente no contactada de hace 35 años medía 1,50 m -tal vez 1,55-, así que cuando llegaba a una comunidad me sentía un gigante –mido 1,80 m- rodeado de un mar de cabezas de pelo negro.

Este tipo de ‘contaminación’ hizo que muchas familias salieran de la selva a trabajar en Puyo y sus hijos comenzaron a comer las proteínas necesarias para crecer normalmente y desde hace 15 o 10 años vemos gente de la selva que mide 1,70 o más, gracias a la ingesta de carne, huevos, lácteos; y sus nietos se educaron en escuelas de Puyo, varios de ellos serán alumnos de esta universidad, tendrán servicios básicos, Wi-Fi y son ciudadanos ecuatorianos en goce de todos sus derechos y no una ‘especie’ amazónica en extinción, como los ven los cultísimos darwinianos y ecologistas que no tienen la más peregrina idea de lo que es la vida en la selva.

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