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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Ecuador y el Zeitgeist moderno

31 de marzo de 2015

La inconformidad que las salvaguardias han generado en el país no es un sentimiento exclusivamente confinado a las capas más altas de la sociedad: aparentemente, una parte consistente del segmento medio tiene dificultad en entender la lógica patriótica y progresista que está detrás de esta medida. En un primer nivel de análisis político, el hecho sugiere la aparición de un fenómeno que ya se ha manifestado en Bolivia y Venezuela. Los gobiernos nacional-populares latinoamericanos han logrado sacar de la pobreza a millones de personas, colocándolas en una condición de relativa seguridad económica. Más sencillamente, muchos de los que eran clase baja, ahora son clase media.

Estos cambios han producido un drástico reajuste de las expectativas de estos sectores. La mejora de sus condiciones de vida ha ido de la mano con el desarrollo de hábitos y costumbres que empiezan a colocarse por afuera del discurso que anteriormente los interpelaba. El consumo de bienes importados y suntuarios, el turismo de masa, la difusión de estilos de vida más marcadamente occidentales desata inquietudes e instala demandas de índole diferente. Paradójicamente, la consecuencia es que la neoclase media no se siente ya tan seducida por parte de los gobiernos que la han redimido socialmente.  

Radicalizando el análisis, estas observaciones nos invitan a reflexionar si los gobiernos nacional-populares no sean otra cosa que una ruta diferente hacia la modernidad. Si bien el camino hacia el Zeitgeist actual, es decir el espíritu que distingue nuestra era, fue emprendido en Europa y EE.UU. a través de un marcado viraje hacia una neoderecha archicapitalista, eso no significa que no pueda tomar formas diversas. ¿A qué me refiero con Zeitgeist de la modernidad? Se trata de un sello cultural que ha engendrado nuevos deseos, representaciones, pasiones, comportamientos así como un nuevo sistema político y económico, lo cual ha conllevado nuevas jurisprudencias, instituciones y artes. Sus ejes centrales son el consumo desenfrenado, el divertimiento despreocupado, la exhibición a toda costa, la pérdida de distinción entre realidad y ficción con consecuente indiferencia hacia lo ajeno, la prevalencia de la vista por encima de los demás sentidos, lo cual despoja a los individuos de cualquier capacidad hermenéutica. Los sujetos de la modernidad son esencialmente egocéntricos, potencialmente agresivos, escasamente solidarios, rehúsan lo complejo, buscan el disfrute inmediato.

Un reciente artículo de Pablo Stefanoni sobre la curiosa reapertura de McDonald’s en Bolivia (había dejado el país en pleno neoliberalismo) sugiere que ciertas propensiones anidaban ya antes de la llegada de Evo: lo que ha cambiado es el poder adquisitivo, que ahora permite realizar lo que antes era inalcanzable. En cuanto a Ecuador, tal vez no todos los rasgos listados arriba hayan calado, pero la tendencia innegablemente existe.

¿No será que a la hegemonía política no ha correspondido una hegemonía cultural? Lejos de proponer trágicas quimeras, como el legendario mito del Hombre Nuevo, habría que preguntarse por qué los avances políticos no han sido acompañados por un cambio de ciertos patrones.

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