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El Telégrafo
Marcos Cueva

Columnista invitado

Ecuador desde arriba y desde abajo

Columnista invitado
02 de mayo de 2014

Ecuador tuvo dos maneras de hacer política. Una, la de la oligarquía costeña. Cuando el pueblo trató de hacerse oír, se volvió masa y fue conducido con demagogia, de Assad hasta la caricatura de Abdalá. El sainete se hizo en grande, porque la propiedad también lo era, del cacao al banano.

Había otra manera, la de los terratenientes de la sierra centro-norte. Cuando el pueblo trató de asomarse a la política, Velasco Ibarra lo condujo con demagogia, aunque el estilo fuera el de un cura.

Y si todo se hacía así, en grande en un país que no crecía, es porque se hacía política desde arriba, desde la gran propiedad, la exportadora de la costa y la explotadora (de indios) de la sierra centro-norte. A esta gran propiedad correspondían grandes discursos, enormes promesas y gigantescos fiascos. La pequeña política desde abajo casi no estaba permitida, salvo, tal vez, en pocos casos, de Jaime Roldós a Rodrigo Borja.

Algo de lo anterior sigue presente: los nombres de siempre atrincherados en Guayaquil, la creencia en el privilegio instalada en Quito. La Revolución Ciudadana no ha roto con estos atavismos.

La Revolución Ciudadana es de abajo, no es el capricho de un presidente. Cuando se observan los distintos gabinetes formados desde el inicio de la revolución, llama la atención la baja representación de Quito y en general de la sierra centro-norte. Guayaquil conserva un lugar importante, tal vez porque no se pierde en las nubes y en la costa algunos saben bastante de concretar proyectos.

La Amazonía sigue sub-representada. Pero hace varios años a la fecha, si algo llama muy poderosamente la atención, junto a la importancia de Guayaquil, es la presencia de cuencanos, lojanos e incluso manabitas en los gabinetes.

Manabí tuvo experiencia importante de pequeña y mediana propiedad, en el café. Cuenca y Loja, aunque en posiciones distintas ante Quito, Guayaquil y Perú, tampoco tuvieron la presencia avasalladora de la hacienda, aunque existiera. En  Azuay también hubo pequeña propiedad. En Cuenca, parte de la población fue tiempos atrás de ‘chazos’ dedicados al comercio o al empleo público.

El aislamiento de Loja y la resistencia de Saraguro contuvieron a la hacienda. Hablando con propiedad, en los gabinetes de hoy hay más tradición democrática y menos política desde arriba: el país no es una hacienda, y menos aún la hacienda convertida en ‘cosa nuestra’.

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