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El Telégrafo

Economía y conocimiento

03 de febrero de 2012

Hay en Sudamérica procesos políticos promisorios en curso, como los de Bolivia, Venezuela, Ecuador, Uruguay, Argentina o Brasil. La cobertura de servicios a los sectores sociales más desprotegidos ha crecido, hay menos desocupación y mayor distribución de recursos, dentro de buenos índices macroeconómicos. Los organismos internacionales, caso Unesco, han confirmado esta disminución de la pobreza y la indigencia, así como del índice que marca la desigualdad social en nuestros países.

Sin embargo, no hemos avanzado demasiado en reemplazar la economía extractiva como base de nuestras economías. Excepto el caso brasileño y en medida bastante menor el argentino, seguimos con economías basadas en productos primarios, con escaso valor agregado. Venezuela y Ecuador apelan al petróleo, Argentina a la plantación de soja. Son recursos no renovables (sobre todo el petróleo, la soja afecta un tanto a los terrenos, pero no “se termina”), que por ahora funcionan bien en el precio internacional, pues las commodities han mejorado mucho sus performances históricas en el mercado; pero nada garantiza que ello seguirá igual. Menos aún con la crisis internacional y con la gradual preponderancia planetaria de los chinos, que no suelen caracterizarse por su flexibilidad negociadora.

Hay que aprovechar el buen momento económico de nuestros países. Ello implica agregar valor a los productos por vía de industrialización y tecnificación crecientes. A ello debemos apuntar, y se trata de un gran esfuerzo estratégico, que los buenos resultados macroeconómicos del presente podrían hacer olvidar. Es necesario readecuar nuestros modelos económicos, para hacerlos más competitivos en caso de que las materias primas pierdan su actual precio internacional.

Se ha hablado de una Ciudad del Conocimiento en el Ecuador, proyecto que de algún modo se ha realizado en otros países. Tal proyecto podría ser una contribución en la dirección de la modernización industrializada de la economía del país, siempre y cuando dé la espalda a las pretensiones de las multinacionales, y maneje nacionalmente las patentes producidas para ahorrar los royalties que a menudo hay que pagar a las empresas extranjeras.

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