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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Drogas, dinero, delincuencia

08 de agosto de 2014

En los momentos más severos del extravío moral y político de la conflagración de Vietnam, del pasado siglo, con palpables contrapuntos ideológicos entre una nación que luchaba por su libertad e independencia y el país que la invadió, para intentar imponer un nuevo orden colonial, aparecían y se sustentaban las motivaciones fundamentales para la lucha de los contendientes. Una verdad -que por abominable se la ocultó siempre- fue el consumo de drogas por parte de los soldados de Estados Unidos, que perdidos en un conflicto ajeno, la requerían al enfrentar a un enemigo en inferioridad de hombres y equipo, pero lleno de coraje y amor a su tierra. El historial oficial marcó la derrota de los ejércitos extranjeros, la liberación de la patria vietnamita, aunque los miles de muertos, heridos mutilados y enfermos mentales, en ambos bandos, fue el precio que pagó la humanidad en esos momentos por una guerra inútil y fútil. Mas, de inmediato surgió un mal mayor.

La drogadicción sostenida por huestes castrenses del gran país del Norte, durante su estancia en Vietnam, continuó con fuerza maligna a su licenciamiento, la actividad viciosa se mudó de las selvas de sudoeste asiático a las ciudades yanquis, aumentando exponencialmente el consumo y la variedad de psicotrópicos que se expedían antes en el planeta, pero sin la profusión actual. Después de décadas, resaltan nuevos elementos que confirman las acciones y secuelas de ese comercio criminal que se inició con mucha fuerza en pleno conflicto armado y, según indagaciones, involucraba a oficiales de tropa de EE.UU. y funcionarios de su aliado, el Gobierno de Vietnam del Sur. Cuando la retirada americana se dio y se firmó la paz, este tráfago ilegal tuvo el mejor de los inicios, hasta convertirse hoy en el mayor flagelo mundial contra la salud física, mental y social del mundo.

Todos nos encontramos sumidos en una realidad despreciable, donde las leyes del capitalismo funcionan a cabalidad siniestra, construyendo un mercado vil. Los millones de afectados por las consecuencias de combates, anteriores y presentes; las generaciones de jóvenes víctimas de colisiones bélicas y existenciales -las subsiguientes y actuales-, clientes dependientes del tráfico infame y de izar a los narcóticos a categoría de soporte financiero de grandes economías del orbe, son sustancialmente los esclavos de adicciones. Su necesidad sentida es el dinero para satisfacerlas.

El Ecuador está librando una batalla denodada contra la peste de los alucinógenos, y debe ganarla a pesar de estar rodeado por países productores y comercializadores de estupefacientes, con carteles de tenebrosa riqueza, muy boyantes todavía, en su comercio indigno, no obstante la competencia de la heroína de Afganistán -territorio ocupado hace varios años por la OTAN-. Empero, falta mucho por hacer, es una tarea muy difícil, corresponde al conglomerado: familias, estamentos del Estado, la sociedad ecuatoriana en su totalidad, defender el futuro de todos.

Hace una semana, en el cantón El Triunfo, se produjo un hecho despreciable, no solo por sus inicuos incentivos, también por la malvada y hasta depravada acción: asesinar en forma cobarde y alevosa a un anciano, desarmado, que intentaba proteger a su nieta de doce años del delito de robo que perpetraba el homicida y seis mocetones, como él, intoxicados hasta los tuétanos, y obsesionados en la obtención de plata fácil para pagar su drogadicción, ideando y consumando un asalto. Una fiesta de cumpleaños fue el escenario trágico para un crimen ignominioso.

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