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El Telégrafo

Drama educativo

16 de abril de 2012

En más de una oportunidad había dicho que una revolución para que pretenda ser tal debe cambiar el sistema educativo y así lo enseña la historia.

Lo hizo la revolución de Alfaro que, entre muchas acciones renovadoras, implantó el laicismo, asumió como válida la asesoría internacional, dio prioridad a la formación de maestros a través de los mal denominados "normales" (institutos pedagógicos).

Felizmente no existía el MPD y no había fuerza o secta política fanática apoderada de ella, y se dio nacimiento a la educación pública concebida como universal y gratuita.

Dos herramientas utilizó, garrote en mano, el MPD, para secuestrar el sistema educativo: apoderarse fraudulentamente de las directivas del sindicato del magisterio y propiciar el ingreso a las filas de los maestros a sus militantes, que a duras penas tenían título de bachiller.

El resultado de la mediocridad rampante del sistema nacional en todos los niveles controlados por ellos hoy se puede comprobar cuando se evalúan docentes y estudiantes con saldos vergonzosos.

La única verdadera experticia del grupúsculo dominante en el magisterio fueron los paros y huelgas, que en número mínimo de cuatro al año sembraron el más grande perjuicio que hoy se convierte en un drama para las víctimas de esa politiquería que felizmente ha terminado.

Se necesitaba el peso de una autoridad competente, colectiva, firme y con la fuerza necesaria para empezar a poner en vereda al grupúsculo de dirigentes emepedistas, que atemorizaba a la sociedad, en particular a los propios estudiantes y padres de familia.

Cuánto le costará a la sociedad reponerse de esta estafa académica que algún día tenía que llegar a su fin, porque la correlación de fuerzas en el pasado no permitió un proceso integral de renovación del sistema educativo.

Durante tres años tuve la oportunidad de conocer a fondo la tragedia por ese secuestro: Se opusieron a la alfabetización, a mejorar el sistema de examinación, a la educación  bilingüe, al rescate de la educación especial, a sincerar la educación técnica y experimental, al control de horarios laborales, a la capacitación para los ascensos de categoría, al impedimento del ingreso al magisterio sin títulos, etc.

Libramos las batallas posibles y logramos victorias a favor de la educación y en contra de los privilegios de una casta acostumbrada a manipular a base de temor a muchas autoridades de turno. El drama está en marcha y es necesario que toda la colectividad demande que el proceso no sea interrumpido.

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