En medio de circunstancias difíciles provocadas por el poder capitalista mundial, que incide en los precios de las materias primas de nuestros países, incluido el petróleo, que el mundo industrializado consume; de las políticas monetarias devaluatorias de varios países y la desaceleración de la economía china; y de la camisa de fuerza de la dolarización que restringe severamente la política económica, se ha iniciado un debate sobre dos visiones de país, la neoliberal o de capitalismo salvaje, y la revolucionaria, que apunta al socialismo, como modelo de equidad y justicia social, productivo, redistributivo, soberano y ecuatoriano.
El debate está delimitado; por un lado, por la decisión de las fuerzas políticas del cambio de defender lo que se ha logrado en esta década y por otro, por la decisión oligárquica continental de impulsar a todo rigor la restauración conservadora para la recuperación del poder, auspiciada por el mundo financiero, y poderosos medios de comunicación, ONG, movimientos y partidos, y pequeños grupos políticos, sindicales y gremios, que tienen dirigentes desleales y utilitarios, que tendrán que rendirles cuenta a sus bases.
La posiciones están definidas; la una, el capitalismo de rapiña que explota a los trabajadores, concentra la propiedad, está asociado al capital internacional, se apropia de la mayor parte del ingreso nacional, vende soberanía y subdesarrolló el país, así como sostuvo un modelo económico primario exportador, con atraso industrial y dependencia tecnológica.
Este modelo, del pasado, de miseria y dependencia se basó en el “libre” mercado” y “libre” competencia, privatizaciones y concesiones a diestra y siniestra; tratados de “libre” comercio, que afectaron a productores nacionales, un Estado raquítico, sin capacidad de planificación, regulación y control; política social de caridad y manejo económico subordinado al FMI y Banco Mundial, con “ paquetazos” de medidas antipopulares, fomento de la especulación, “sucretizaciones” y atracos bancarios, con sus respectivos “salvatajes” que los paga la población.
Todo esto en un marco de latrocinio de los dineros públicos, prácticas productivas depredadoras, descontento social, inestabilidad política y conflictos permanentes; y de una política internacional sometida a los intereses de EE.UU. y del G-7.
Es el modelo de la vieja partidocracia que con variada argumentación, impulsan Dahik, O. Hurtado, Nebot, Lasso y otros responsables de las crisis desde los 80.
La otra impulsa un modelo democrático e incluyente que debe sostenerse con el apoyo de las fuerzas democráticas y revolucionarias, que exige de ellas una adecuada coordinación, defensa de las reformas y conquistas logradas; supone descentralización y desburocratización, un Estado eficiente, que gestione servicios públicos de calidad y el manejo transparente de los sectores estratégicos; construya con firmeza el poder popular y la democracia participativa, el Estado plurinacional e intercultural.
En este son indispensables las revoluciones agrario-rural, urbana y laboral, para la economía productiva, amigable con la naturaleza, equidad social, desarrollo industrial diverso que busca, con la infraestructura que se ha construido y la adopción, difusión y uso de las tecnologías más avanzadas.
Este modelo es de naturaleza justo y equitativo; solidario y de paz en lo internacional.
Su vigencia supone claridad de ideas, fuerza y gestión política eficiente y democrática, sólida organización y un verdadero Partido político.
Rafael Correa, Lenín Moreno, Jorge Glas, Ricardo Patiño, Gabriela Rivadeneira y otros tienen gran responsabilidad en este empeño. (O)