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El Telégrafo

Dos películas ecuatorianas

08 de enero de 2014

Las vacaciones y los feriados permiten hacer cosas que de ordinario no se harían. Por ejemplo, mirar las
películas ecuatorianas que compramos a fines de noviembre en la Feria del Libro de Quito.

Aunque me encanta ver películas, no soy experta en cine. Las miro y deduzco si me gustan o no, como cualquier ser humano de esta tierra que algo lee y algo escribe. Las películas son La llamada, de David Nieto Wenzell, y Mono con gallinas, de Alfredo León, y aunque ya había visto otras excelentes películas ecuatorianas, por ejemplo las de Sebastián Cordero o Tania Hermida, al mirar La llamada y Mono con gallinas, de repente me encontré en un país en donde el buen cine ya no es una casualidad o una excepción.

La producción cinematográfica ecuatoriana del último lustro ha crecido sorprendentemente en cantidad y, sobre todo, en calidad. Estas dos películas que, por un lado, mis particulares preferencias, y, por otro, la casualidad trajeron hasta mis manos y mi hogar son una prueba de aquello que afirmamos solamente con referencia al fútbol: ‘Sí se puede’. ¿Y qué es lo que se puede?

La producción cinematográfica ecuatoriana del último
lustro ha crecido sorprendentemente en cantidad y, sobre todo, en calidad.
En Ecuador, para empezar, se puede (‘se ha sabido poder’, diríamos en quiteño) hacer buen cine. Resulta obvio, y da un poco de rabia pensar que con tanto talento nos  haya tocado esperar tanto tiempo. Por otro lado, se puede hacer películas que tocan la vida cotidiana, las historias personales, la tradición familiar escondida en las conversaciones típicas de nuestras clases medias (Mono con gallinas). Se va superando el estereotipo de que solamente en las situaciones límite es donde el arte puede apresar la esencia del alma humana (La llamada). Se puede crear ambientes, personajes y escenarios en medio de historias que no le piden favor a nadie. Se pueden construir tramas que conmueven a partir de una emocionalidad madura, profunda, dosificada sin avaricia, pero también sin el derroche excesivo de melodramatismo al que nos tienen acostumbrados, sobre todo, los productos televisivos, como las telenovelas, sin ir muy lejos. Esto por citar solo unas pocas de las muchas cualidades de estas películas que un experto en el tema reconocerá mucho mejor que yo.  

He leído artículos que hablan de una asistencia insuficiente a las salas en donde se proyectaban películas ecuatorianas. Y por supuesto, nunca faltan las personas que prefieren ver los defectos por encima de las cualidades. Sin embargo, sabemos que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y, por ahora, lo bueno es bastante bueno.

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