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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Dónde dialogan políticos y sociedad?

24 de agosto de 2014

Ahora que mi hija inicia su carrera universitaria y se regocija de las lecturas a las que se somete con cierta pasión, como me ocurrió hace 33 años, la distancia entre esas dos experiencias solo revela que humanamente somos los mismos: seres encandilados por las búsquedas y los deseos para entender mejor por qué estamos en este mundo y qué podemos hacer con él para transformarlo a nuestro modo. Y uno se pregunta si ese mundo es igual que hace 33 años y si las costumbres (como modo de vida) se han modificado sustancialmente. Al parecer hay unos cambios hondos, pero quizá los más evidentes están en la economía, en el consumo, en la tecnología y en cierta zona de la cultura.

¿Y en la política?

Aún me conmueve la frase escrita hace 13 años por el poeta colombiano William Ospina, cuando decía que estamos “en una edad de grandes cambios históricos, en una edad que remueve y conmociona todas las nociones heredadas de la tradición, y así como la vejez ya no es lo que era, tampoco la juventud parece obedecer a los cánones de otros tiempos”.

Hay cambios hondos. En la política, como expresión crítica de esta etapa de la historia, hay cambios. Lo difícil de entender, por el momento -y en Ecuador en particular-, es cómo dialogan los políticos con la sociedad alrededor de esos cambios para sintonizarse mutuamente. Y no es solo un asunto generacional. También lo es por la confluencia de intereses comunes a las distintas generaciones y por las disputas de clase que parecen ocultarse en el mejor (aunque aún injusto) acceso al consumo y al mercado, a la educación y a la salud.

Tenemos dificultades para dialogar desde la sociedad con los políticos, en particular con aquellos actores políticos que trabajan a espaldas de ella, aunque en sus discursos hablen como si la conocieran a fondo o -qué duro para algunos- convivieran con sus problemas y dolores, afectos y esperanzas. Y más dificultades nacen cuando esos actores políticos confunden sus deseos de poder con los de las nuevas generaciones o de quienes ya viven o gozan de la tercera edad.

¿En dónde se encuentran sociedad y políticos para dialogar? No es en los sets de televisión ni de radio, como suponen los apologistas de la comunicación como catalizadora de todos los procesos.

Mucho menos en las tarimas ni marchas callejeras. Eso -cuesta decirlo- es un escenario para la foto. Sospecho que el único lugar de encuentro es en el consumo, para bien y para mal. En la medida que existan condiciones para comprar más y mejor (lo que incluye viajar, ir a conciertos de artistas banales por excelencia y comer bien), la sociedad -perdón por la generalización- se siente complacida, aun con inequidades y trabas económicas para el acceso a esas satisfacciones. En la medida que los políticos puedan complacer ese consumo (consumismo, para ser más exactos) recibirán el beneplácito social.
Alrededor del planeta se ha creado la falsa ilusión de que todo es posible y que tenemos el mundo a nuestros pies, aunque suene por ahí un estribillo que nos machaca: ‘Lo mejor está por venir’.

¿Entonces dónde queda la política y la transformación de las conciencias? ¿Qué mundo queremos habitar en el futuro? ¿Y cómo imaginan las nuevas generaciones su propio futuro? ¿Será con una tarjeta de crédito infinito? ¿Es posible tener 15 millones de proyectos empresariales en Ecuador como apela un candidato presidencial? ¿Y en ese futuro los políticos solo serán vendedores de ilusiones consumistas? En el discurso de algunos, incluidos neoecologistas, el futuro no es vivir bien, sino consumir mejor.

Por tanto, más allá de las disputas de poder y de los espejismos liberales sobre lo que debe ser la democracia, hay unas pulsiones insospechadas que marcan la política, pero no necesariamente de una verdadera transformación hacia un futuro donde el ser humano sea parte de una naturaleza más generosa con apetitos culturales (en toda la extensa y profunda significación del término) antes que consumistas.

Tenemos dificultades para dialogar desde la sociedad con los políticos, en particular con aquellos que trabajan a espaldas de ella, aunque en sus discursos hablen como si la conocieran.

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