Las buenas conciencias tienen como práctica hablar mal de Irán, considerarlo un país “ajeno a la comunidad internacional”, paradigmáticamente autoritario, retrasado, antidemocrático.
No hay poco de etnocentrismo en esa actitud; puede que, para nosotros, mujeres llevando velo sea un atentado a los derechos humanos, o que un régimen político con base religiosa nos parezca inaceptable. Pero hablamos de un país cuya cultura histórica es muy diferente de la nuestra; dictadura fue allí la del Sha Rheza Palevi, quien con todo el apoyo occidental quiso “modernizar a la fuerza” a la antigua Persia, violentándola permanentemente y llenando sus mazmorras de militantes opositores. Esa es la “democracia” que Occidente proclama para Irán. País, donde, por cierto, la minoría católica es hoy respetada, y donde una parte importante de ella apoya también al actual régimen político. Lo cual, por cierto, no significa que no podamos -desde nuestro propio punto de vista- solicitar allí mayores márgenes de libertad o de pluralismo; pero lo haremos sabiendo que debemos permear nuestras demandas con los actores locales y su cultura política.
¿Por qué nos es tan fácil denostar a Irán y a sus autoridades, que ahora pasaron por varios países latinoamericanos? Por una razón simple: los medios al servicio del imperio hablan dentro nuestro, son ventrílocuos de cada uno de nosotros. Es la voz del imperio la que nos habita, y es muy difícil advertirlo.
¿Cómo explicar esto? Es que uno solo advierte lo que tiene -como diría Heidegger- ante los ojos. No advierte, en cambio, lo que organiza a la propia mirada; pues esto último no se ve, sino que es la matriz silenciosa desde la cual vemos.
De tal modo, es escandaloso que Estados Unidos e Israel pretendan dar lecciones a Irán de cómo no hacer programas de armamento nuclear. ¿Acaso EE.UU. e Israel no tienen armamento nuclear? Claro que tienen; muchísimo más del que Irán pudiera atesorar en dos décadas a futuro, o quizá en un siglo.
Siendo esto tan obvio, sin embargo todo el mundo se rasga las vestiduras por el programa nuclear iraní, no por las armas nucleares en poder de EE.UU. y su aliado Israel. ¿Por qué? Porque nunca vemos en TV que nos digan cuántas armas nucleares tiene EE.UU., cuántas Israel, cuántas podría llegar a tener Irán. Nunca tenemos “ante los ojos” el problema, presentando a los dos bandos como equidistantes.
Lo que vemos es muy otra cosa; una voz que habla automáticamente desde el lugar de los intereses de EE.UU., pero se presenta como neutral, y que dice que “hay peligro con el programa nuclear iraní” y que la -autodenominada- comunidad internacional está sumamente preocupada por ello. Así, automáticamente la voz hace a nuestro punto de vista idéntico con el que ella nos marca, sin que siquiera nos demos cuenta. Somos inadvertidamente la posición de EE.UU. en el tema.
Ojalá en vez de cinismo contra países débiles tengamos inteligencia para enfrentar a los dueños planetarios del poder, que nos hacen títeres de su propia voz.
Lo que todos necesitamos es el desarme, palabra que no se escucha hace muchos años. Y en ello podríamos incluir a Irán, pero en primer lugar debemos ubicar a la potencia cuyo gasto militar supera a nivel mundial -por sí solo- el de los 10 países que le siguen todos juntos, sin que nadie realice airadas protestas o repudios.