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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Dilma y Tabaré: alivio, no entusiasmo

28 de octubre de 2014

La lectura de la prensa ‘adversaria’ es un ejercicio útil para poder inferir muchas de las dinámicas políticas que, de otra manera, pasarían desapercibidas. En este sentido, la hostilidad demostrada por los grandes colosos mediáticos hacia Dilma y el PT nos revela un neto cambio de tendencia. Si bien siempre estuvo claro que no era su aliado natural, los neoliberales mantuvieron un cierto respeto -que en algunos casos traspasó en el apoyo explícito- para aquel experimento político.

La situación ha cambiado con el viraje negativo de la economía brasileña. El PT siempre dejó en claro que su potencial antisistémico pertenecía al repertorio de antaño: las reglas del neoliberalismo, por no hablar de las del capital, se iban a respetar al pie de la letra. El progresismo se podía más bien demostrar -y se demostró– en otras esferas: programas asistenciales, la extensión de ciertos derechos, etc. Todos logros que el capital podía tolerar en una fase de expansión y que aliviaban lo que, en la óptica de las élites, constituyen peligrosas tensiones sociales que neutralizar, y que el PT logró adormecer con la habilidad que solamente un expartido de extracción popular puede manifestar: populismo postizo y tecnocracia. Pero cuando la cobija se achica y el margen se hace más estrecho, vuelven a aflorar los antagonismos y el asalto a los derechos se torna prioritario para hacer recaer sobre los sectores más vulnerables los costos de la desaceleración. En la visión neoliberal, el PT excede, es un residuo: su función irénica ha terminado.

Hasta mientras, la prolongada benevolencia hacia Mujica y su sucesor/predecesor en Uruguay son frutos de condiciones algo distintas: la parábola brasileña aún no se cumple, ya que la crisis no se manifiesta con la misma intensidad y -cómo no decirlo- el Frente Amplio tiene credenciales muy sólidas ante los ojos de los defensores del libre mercado. Las diferencias entre Tabaré y su opositor Luis Lacalle sobre cómo manejar la economía son mínimas, nos indica con seguridad el Financial Times del 24 de octubre.

Las victorias de Dilma y Tabaré -la del uruguayo aún parcial- alivian, pero no entusiasman. Alivian porque la otra opción era el abismo neoliberal, un salto en el pasado, ¿o solamente -y he aquí la razón del porqué no entusiasman- una postergación del futuro? La ‘restauración conservadora’ no es una amenaza alejada: es un fantasma horrífico presente e inmediato, ya que se continúa jugando en su propio terreno. Si quien define la cancha es el adversario, tu dominio siempre será susceptible de reveses. Cuando se aceptan sus principios axiales, sus terminologías, sus anhelos, la versión real estará siempre detrás de la esquina. En este sentido, el elogio en que The Economist se prodigó hacia Bolivia y Ecuador la semana pasada echa fuertes dudas -incluso- sobre dos de los experimentos aparentemente más posneoliberales.

Interrogada sobre su emprendimiento más grande, Margaret Thatcher contestó: “Tony Blair y el New Labour”. Repetiremos su grandeza -de signo políticamente opuesto, claro está-, cuando a quienes derrotarán las Dilmas y los Correas no serán percibidos como una amenaza. Para lograrlo, hay que jugar en cancha propia.

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