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El Telégrafo

Deshonesta creatividad

18 de julio de 2013

Me quejaba con una amiga de lo complicado que es manejar a través de Guayaquil en la mañana para llegar a la oficina o en la tarde para regresar a casa. De las largas columnas de buses casi vacíos que compiten por unos pocos pasajeros, de los atrevidos taxis, de los irresponsables que hablan por celular  mientras manejan y seguía con mis quejas. De pronto ella me interrumpe diciendo: “Lo que pasa es que el gobierno de la Revolución Ciudadana ha provocado esta situación. Mira cómo en cada sabatina alientan a la gente a conducir más desordenadamente y en forma agresiva”. Y continuó con una serie de argumentos de por qué este gobierno es culpable del caos vehicular en la ciudad.  

Esta actitud me llevó a recordar un viejo estudio de los investigadores Richard Nisbett, de la Universidad de Michigan, y Tim Wilson, de la Universidad de Virginia, que determina que la gente puede ser que no siempre conozca exactamente por qué hace lo que hace, o escoge lo que escoge, o siente lo que siente.

Justificamos nuestra deshonestidad contándonos historias sobre por qué nuestros actos son aceptables y, en algunos casos, aun admirablesSin embargo, la oscuridad de sus reales motivaciones no le impide crear unos razonamientos perfectamente lógicos para justificar sus actos, decisiones y sentimientos. Acomodamos y creamos nuevas reglas para sentirnos más confortables con nuestra actitud. Y si por acaso nos sentimos de alguna manera afectados (finalmente nos hicieron pagar impuestos) esta es la forma de desquitarnos. Racionalizamos fácilmente  lo que nos conviene.

El  hemisferio izquierdo de nuestro cerebro es el culpable de  su increíble habilidad para confabular historias. Esta parte es el “intérprete” que provoca las narraciones de nuestras experiencias. Todos queremos explicaciones  de por qué nos comportamos en la forma que lo hacemos y de la manera como el mundo funciona alrededor nuestro, aun considerando que nuestras tenues explicaciones tienen muy poco que ver con la realidad. Somos contadores de historias por naturaleza y nos las contamos a nosotros mismos, historia tras historia, hasta que llegamos a una explicación que nos gusta y suena lo suficientemente razonable para creerla. Y si la historia nos refleja en una forma positiva y deslumbrante, mucho mejor aún.

En un discurso en Cal Tech en 1974, el físico Richard Feynman decía a los estudiantes: “El primer principio es no engañarse a ustedes mismos, considerando que son las personas más fáciles  de engañar”.

Parece que los seres humanos estamos envueltos en un conflicto: nuestra profundamente grabada propensión a mentirnos a nosotros mismos y a otros; y el deseo de creer que somos gente buena y honesta. De esta manera, justificamos nuestra deshonestidad, contándonos historias acerca de por qué nuestros actos son aceptables y, en algunos casos, aun admirables.

En realidad a veces (más a menudo de lo que creemos) no escogemos nuestro punto de vista basados en nuestras explícitas preferencias. Más bien tomamos decisiones viscerales y realizamos una gimnasia mental, aplicando toda clase de justificaciones para manipular nuestro criterio. De esta manera conseguimos lo que realmente queremos (mi amiga culpando al Gobierno por el tráfico vehicular), pero al mismo tiempo guardamos las apariencias (ante nosotros y el resto) de que estamos actuando de acuerdo a nuestras preferencias y criterios racionales.

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