Publicidad

Ecuador, 21 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Desconcierto

02 de julio de 2022

Diez y ocho días de paralización, encierro y miedo. Este paro, igual que el de octubre de 2019, nos volvió a dejar perplejos y a atemorizar por su violencia. Sobre formas similares de protesta narraba mi madre que, en los tiempos de sus padres y de los padres de sus padres, las casas se cerraban a cal y canto por el terror que causaban los indígenas al llegar a las ciudades. Cíclicamente los desposeídos reclaman. Cada vez se vuelven más airados. No tienen nada que perder.

¿Estaremos los ecuatorianos condenados a ese tiempo cíclico de la cosmovisión andina? ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar para construir una sociedad equitativa y no racista? Hemos constatado el odio de los manifestantes. ¿Cómo disipar ese odio? ¿Cuándo tendremos el coraje de aprender del otro y de entablar un verdadero diálogo intercultural?

Pienso en el libro de Oswaldo Hurtado, quien –ya en 1980– describía la realidad ecuatoriana como una de dos mundos superpuestos. Pero también en Jumandi y Daquilema en la Colonia; en Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña y María Luisa Gómez de la Torre en el siglo pasado; en Agustín Cueva, en Bolívar Echeverría, en Fernando Velasco. Pienso en la tierra en florecimiento del Abya Yala. En Monseñor Proaño. Recuerdo como hitos las escuelas radiofónicas populares y la creación de la Educación Bilingüe Bicultural en los años 1980. Rememoro el levantamiento del Inti Raymi de 1990, la inclusión de derechos en las Constituciones de 1998 y de 2008. La fundación de Pachakutik en 1995. Vuelvo a vivir el miedo de la revuelta contra Mahuad en el año 2000, y el terror en el estallido del 2019. Y, a pesar de todo lo estudiado y lo vivido, el paro de 18 días que acaba de concluir fue una sorpresa brusca y abrumadora.

Vivimos en la crisis perpetua, la democracia inexistente y la polarización. Después de la pandemia, el descalabro económico, los aluviones, la gente en situación de calle, las masacres en las cárceles, los sicariatos, el parlamento sin rumbo, el gobierno capeando el temporal ¿cuánto habrá conseguido la protesta indígena infiltrada de vandalismo, amenaza y chantaje?

La realidad que acabamos de vivir ha sido más aterradora que la que sentimos a principios de siglo. En años pasados, el miedo lo sentía más la élite que la gente común, pero los niveles de violencia que hemos vivido hoy hacen que el miedo sea casi universal. Las redes sociales y los medios tradicionales convertidos en servicios de noticias emitidas sin parar han hecho que los eventos nos parezcan aún más horrorosos e imposibles de ignorar. Con ello, vivimos en ansiedad permanente.

Una forma de afrontar las crisis es aceptarlas. En los últimos años, una frase corta se ha vuelto omnipresente en las conversaciones de los ecuatorianos: “Así estamos”... la repiten desde los futbolistas de la selección hasta los comentaristas políticos. En buenas palabras, estamos aprendiendo a vivir con lo negativo. Las expectativas están en cero, muchos jóvenes –a diferencia de sus progenitores– ya han dejado de asumir que podrán prosperar en una sociedad cada vez más equitativa. En un Ecuador donde es tan difícil llevar el día a día, el fatalismo y el estoicismo resultan útiles.

Otro mecanismo para hacer frente a la realidad es el escape. Esa es la reacción que ha tenido la clase media encerrada: zambullirse en cualquier serie de televisión. Con ingresos reducidos, los dramas televisivos le permiten explorar mundos ajenos a bajo precio y olvidarse de lo que acontece alrededor.

Sin embargo, la forma más sana de enfrentar la realidad es entrar de nuevo en acción. El diálogo tiene que permanecer como forma de vida para evitar el desconcierto que nos causa el que nos polaricemos tanto. Si nos quedamos paralizados solo podremos esperar enfrentamientos cada vez más violentos. Nuestra convicción es estar dispuestos para la paz. Comunicarnos, ayudarnos, participar en política, hablar sobre cómo percibimos las cosas, escuchar y respetar el punto de vista del otro, aprender a entender su pensamiento y su cultura. Solo entonces podremos ser instrumentos de paz.

 

Contenido externo patrocinado