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El Telégrafo

¿Desborde de la población?

19 de septiembre de 2012

Hay un lugar común que se repite en forma constante: la mejor calidad de vida se concentra en las ciudades. Pero la realidad parece ser otra. La mala distribución económica se repite en los centros urbanos de modo más agudo en muchas partes del mundo, y se torna cada vez más dramático el problema del hacinamiento en las barriadas pobres. 

Al demógrafo y sociólogo estadounidense Kingsley Davies (1973) se le ocurrió alguna vez hacer una forzada y cuestionable comparación, con la que aseguraba que las ciudades de hoy se parecen más –por su concentración y actividad febril– a las colonias de insectos, tal cual pudiera verse en una escena delirante de película de ciencia ficción.

Una de las características de las ciudades contemporáneas es que generan una enorme demanda de recursos que son tomados del entorno cercano, como es el medio rural. En realidad, pudiera decirse que en la actualidad existen muy pocas que guardan una relación equilibrada con el medio agrícola.

La suplantación del trabajo manual, que ocurrió con la Revolución Industrial, en la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, provocó tres cambios notorios: un crecimiento exponencial de la población, un incremento extraordinario del consumo de energía fósil y la disminución de espacios de tierra cultivable por persona. Se trató de un cambio drástico en las condiciones materiales del planeta.

Pero el problema no solo se centra en la aparición de un déficit “de producción” de alimentos con respecto a la población, como pensaba el clérigo Robert Malthus en 1798, sino en su distribución. A Malthus se le escapó, pues, que la naturaleza está modificada por factores políticos, y entre estos el de la equidad en la distribución de la riqueza y, por tanto, de los alimentos.

A partir de la segunda mitad del siglo pasado se reafirmaron estas tendencias y se produjeron grandes procesos de migración y urbanización. Hay ciudades vibrantes en lo cultural y en lo social. Pero salvo contadas excepciones, ninguna es autosuficiente, pues depende de los recursos naturales y de los alimentos que provienen de las zonas rurales.

La forma de asumir los desafíos contemporáneos del crecimiento poblacional y la disponibilidad de los recursos es el diseño de políticas demográficas que propongan, en lo posible, una mayor cercanía y equilibrio con nuestro entorno natural. Para lograrlo contamos con un gran instrumento: la ciencia demográfica. Sus grandes avances ya nos permiten calcular las tendencias de crecimiento, tanto vegetativo como de movilidad, para planificar mejor nuestra vida en el futuro. Un sentido homenaje a Luis Rivadeneira Sandretti, un gran demógrafo ecuatoriano.

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