En principio, hay que reconocer que el denominado desarrollo afecta, de muchas maneras, a las culturas periféricas, “subdesarrolladas”, cuando no las niega o desplaza.
En segundo lugar, el uso cotidiano del término desarrollo parece no admitir que existen otros “desarrollos” posibles, que acepten e incluyan el saber ancestral de las culturas vernáculas e, incluso, nuestras necesidades concretas y objetivas de hoy. Y que, de paso, hasta cuestionen la misma noción del controvertido término de subdesarrollo.
Hasta hace poco, el éxito del “desarrollo”, definido como un proceso de construcción de capacidades y oportunidades humanas y sustentabilidad ambiental, estuvo identificado con la posibilidad de asimilar los logros de la cultura occidental. Dicho de otra manera: si se deseaba el bienestar, era necesario también desear los conocimientos, prácticas y creencias “culturales” de aquellos a quienes se pretendía imitar. Y este deseo suponía el olvido y hasta la proscripción de las prácticas, conocimientos y creencias “tradicionales”, por considerarlas disfuncionales al “progreso” social. No estamos en contra de la modernización per se, que es necesaria, pero sí en contra de su falta de orientación humanista y su carencia de evolución conjunta con los sistemas naturales, soportes de la vida.
El desarrollo es tomado, por desgracia, como un camino ineluctable que ha de seguir una sola dirección: el llamado progreso. Los resultados de ese desarrollo no solo se les puede medir en los avances tecnológicos y científicos que nos benefician de muchos modos sino, además, en los otros resultados: destrucción del medio ambiente, refinamiento de la industria bélica, negociados de las industrias transnacionales, etc.
Para el Ecuador, después de la Constitución de Montecristi, cuyo artículo primero comienza por definir al Ecuador como un “Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico”, desarrollo es sinónimo de diversidad, de efervescencia, de una gama más amplia de posibilidades sociales.
Es un territorio en el que se expresan la cultura montubia y la cultura serrana, la diablada y la Virgen Churona, la diversidad gastronómica, las artesanías, las relaciones comunitarias. Un territorio en el que deben coexistir el capital y la economía popular y solidaria, el financiamiento bancario y la minga, la empresa pública y la privada. Esta inclusión cultural presenta potenciales impensables de auténtico desarrollo. Nuestro auténtico desarrollo es el logro del Buen Vivir (opuesto al crecimiento económico desmedido y unidireccional), el “Sumak Kawsay” que recogen las constituciones de Ecuador y Bolivia.